miércoles, 28 de abril de 2010

No quiero que mi blog sea sólo el contenedor de mis opiniones sobre las noticias del día, aunque con ese objetivo nació. De vez en cuando -ya lo he hecho con anterioridad- daré rienda suelta a mis recuerdos, más o menos entretenidos, con el objetivo de ejercitar el noble arte de escribir, aunque no haya sido llamado a este mundo para ello. Recientemente he tenido ocasión de recordar, en un reecuentro con amigos de la adolescencia, esto que sigue.



Tras una agónica semana dale que te pego y dale que te pego con las ganas que tenían de hacerlo, Jaime, no recuerdo cómo, consiguió que alguien nos llevara a los seis a ver a Joan Manuel Serrat al Auditorium de Gibraleón. Y allá que nos vamos los dos con cuatro descerebradas, auténticas groupies, nerviosas a más no poder. No había comenzado el concierto y ya habían peleado con todo insensato que osó sentarse en el campo visual que ellas habían elegido, pesara a quien pesara, para disfrutar su noche de amor, vía recital, con Joan Manuel Serrat.

Sobre todo Gloria. Fue aparecer el cantautor en el escenario que sus voces resonaron en todo el auditorio. "¡¡¡Te quiero. Te quiero!!!" Sobre todo la de la Gloria. "¡¡¡¡¡TE QUIEEEEEEEEEERO!!!!!" Maille, Maica y Rocío le querían. Pero, decibelios mediante, Gloria le quería más. Y así una y otra vez durante las cinco o seis primeras canciones. Hasta que hubo un momento en que el pobre artista, abrumado por tanto amor, no tuvo más que corresponder a tan apasionada audiencia.

- Me encanta que me quieras –dijo-. Yo, nena, hago esto para que me quieras. Escribo canciones y vengo aquí a cantarlas... ¡para que me quieras!

De pronto dio miedo el silencio en el Auditorium.

- Ahora, nena… -continuó Serrat- si de verdad me quieres… Por tu madre, nena, ¡¡cá-lla-te!!

La tensión era extrema. Los asistentes al concierto no sabían adónde mirar, en un ejercicio de vergüenza colectiva por el mal rato que parecía estar pasando el cantante. Pero... nada hay más grande que el amor y, allí me las den todas, volvió a sonar en aquel tenso silencio la voz de Gloria, tronante:

- Pero. Perooooo… ¡¡¡¡¡¡¡SI ME ESTÁ HABLANDO A MIIIIIIIIIIÍ!!!!!!!

Tornóse la tensión en hilaridad. El público se partía, literalmente, de risa. Jaime y yo, cubata en mano, no dábamos crédito y Joan Manuel Serrat, vencido, decidió seguir deleitándonos con sus canciones asumiendo que, al menos aquella noche, sufriría como ídolo, cual estrella de rock, aquel extraño público.

Cuando acabó el concierto, el cantante tuvo el detalle de dejar que su amante fan se acercara al escenario y le diera dos besos, aunque Gloria supo aprovechar el momento para darle uno sólo. Agarró la cabeza del artista con la fuerza de su pasión desaforada y pegó labios con labios en un momento digno de portada. Serrat, dizque amable, le pasó la mano por detrás de la cabeza y, cuando logró apartarla, salió corriendo despavorido por el escenario mientras Gloria se alzaba en su persecución y tropezaba con una silla que hizo caer al encargado de seguridad quien, desde el suelo y para salvación del pobre Serrat, hizo de escudo protector y colchón para Gloria que cayó encima.

Volvimos en dos coches. Jaime en uno con Gloria, que no dejaba de mirar por la ventanilla hacia la noche estrellada murmurando: "Me ha besado. Y me ha tocado el pelo", mientras Jaime la miraba sin dar crédito aún a lo vivido. Yo compartía el otro con Maille, Maica y Rocío que, vivos ejemplos de la envidia que sólo las groupies serratianas están llamadas a sentir, decían una y otra vez. "Menuda es Gloria. Siempre se queja de mala suerte. Y a ella… ¡la ha besado y le ha tocado el pelo!

Jaime y yo siempre pensamos que, en realidad, Serrat usó el pelo de Gloria como asidero para tirar de su cabeza y poder así apartarla antes de que con la lengua lastimara su laringe. Y es que el hombre tenía concierto al día siguiente.

A mis queridas Maille, Maica, Rocío y, cómo no, mi idolatrada Gloria.