domingo, 29 de mayo de 2011

No paréis. No paremos.

Han sido, de momento, dos semanas de emociones contenidas. Cuando la primera noche de acampada en la Puerta del Sol ‘los indignados’ hicieron tal demostración de civismo que las imágenes y las crónicas sobre ello dieron la vuelta al mundo, muchos, yo incluido, no pudimos resistirlo y las lágrimas se adueñaron de nuestros rostros. Lágrimas que fueron llanto de felicidad de muchos a las siete de la mañana, cuando el apagado del alumbrado público marcaron la ‘primera victoria’ de un pueblo que protesta ante una élite económica, empresarial, política y sindical (entre otras) que ha dejado de escuchar a las personas a las que representa.



Los mismo que tratan de hacernos creer que la sociedad sólo se alimenta de ‘realities’ televisivos, y que la juventud está perdida entre videojuegos, botellón y una plácida posición ‘ni-ni’, saben ahora que no es verdad. Que la sociedad está bien despierta y que quiere cambios. Porque ser feliz es un derecho inalienable al que no está dispuesto a renunciar. Ni debe estarlo.

Dos semanas de debate, de política, en la más noble de sus acepciones. De miles de personas en permanente proceso de elaboración de propuestas para construir una sociedad más justa, más sostenible y más igualitaria. Y más participativa. Los campamentos de las plazas de la SOLución han dado un ejemplo del tipo de convivencia que se pide. Stèphane Hessel, el autor de ‘Indignaos’ -ese pequeño libro de un hombre de 93 años que parece habernos despertado del letargo en el que parecía que nos encontrábamos- puede sentirse satisfecho. La sociedad está realmente indignada, y la ‘spanish revolution’ lo ha puesto de manifiesto con esta epatante muestra de sensatez, organización y, hay que repetirlo hasta la saciedad, civismo. A ‘las élites’ les corresponde mover ficha, aunque parece que les está costando acusar recibido de esta sonora llamada de atención. Los campamentos desaparecerán, pero el movimiento iniciado el 15 de mayo en Madrid permanece y debe permanecer hasta que se produzca el deseado “cambio de rumbo” que piden/pedimos ‘los indignados’. Parafraseando a Eduard Punset el otro día en Oviedo… No paréis. No paremos.