Publicado en Diario 16, El Socialista Digital y Liverdades
Si su Comité Federal no lo
remedia tras las elecciones vascas y gallegas, Pedro Sánchez y el PSOE habrán
perdido la oportunidad de liderar, por primera vez en nuestra aún reciente
democracia una Oposición determinante, con capacidad legislativa y de bloqueo
y, lo que es más importante, poder suficiente para enmendar los Presupuestos
Generales del Estado y evitar que Rajoy vuelva a endosar a los trabajadores y
clases más desfavorecidas la factura de los recortes exigidos por la derecha
europea que ordena y manda en las instituciones comunitarias.
Sánchez sigue sin haber entendido
qué papel juega Ciudadanos en el nuevo tablero político español, y que el
objetivo último de la
ruta
Rivera no es otro que afianzar el viejo bipartidismo reservándose para
sí un estable
espacio moderador en el que se ve siempre
habilitado manteniendo una horquilla entre veinte y cincuenta diputados
. Y, de paso, cerrar la puerta a
cualquier opción de Gobierno que incluya a las denominadas
fuerzas del cambio, de las que el partido naranja -admítase de una
vez- no forma parte. Hasta que la dirección socialista no entienda esta realidad,
el PSOE tendrá muy difícil encontrar su ubicación en el tablero.
Sánchez hizo gala de una enorme
bisoñez política cuando, en su desmedida ambición personal, cayó como un
pardillo en la trampa tendida por el líder de la nueva derecha española en la
breve Legislatura anterior. Rivera convenció al candoroso secretario general de
los socialistas para que se levantara -a hurtadillas- de la mesa convocada por
Alberto Garzón y subscribiera el Pacto del
Abrazo (del oso) con el absurdo argumento de que la mera posibilidad de
apartar a Mariano Rajoy de La Moncloa sería una oferta que el resto de la
oposición no podría rechazar. Sabiamente cegado por los cantos de sirena del
joven líder catalán, Sánchez no vio que el objetivo era precisamente el
contrario, alejar del Ejecutivo cualquier alianza de corte rupturista con las
políticas que tanto sufrimiento y desigualdad han traído -sobre todo- al Sur de
Europa, y, de paso, hacerse un currículo negociador a ambos lados de la cámara
que higienizara su calculado pacto con los aliados naturales del Partido
Popular.
En tan desmedida ambición y falta
de visión, Sánchez prácticamente firmó un documento en blanco ante el joven
piquete naranja y neoliberal en el que, sin sopesarlo, renunció a las
principales medidas regeneracionistas que reclaman expulsar al PP del Gobierno,
y que pueden resumirse -más allá de los oportunos ítems regeneracionistas y
anticorrupción- en tres medidas esenciales. A saber: derogación de la reforma
laboral que ha terminado con los derechos y fuerza negociadora de los
trabajadores –al punto de convertir la enfermedad en causa de despido-, la Ley Wert que hace de la educación de
calidad un artículo de lujo solo para privilegiados, y de la retrógrada y
neofascista Ley Mordaza, que
posibilita el uso de los agentes del orden como policía política y, entre otras
lindezas, persigue y castiga a quien documente y denuncie sus abusos y
agresiones. Dicho de otra forma, en su onanista fantasía presidencial, Pedro
Sánchez aparcó la necesidad de desmantelar los pilares básicos del legado mariano, perfectamente resumido en los celebrados lemas “¡que se jodan!” y “¡que soy compañero, coño!”. Como preveía la muy estudiada ruta Rivera, se alejó de un pacto de
Gobierno acorde a la que pudo ser una mayoría parlamentaria de las que ahora sí
reivindica como “fuerzas del cambio”.
El resultado de su desmedido
sueño monclovita es tan lamentable como -doblemente- histórico. El electorado renovó con dureza el castigo al PSOE por no
reivindicarse de forma creíble como la fuerza que lidere el cambio que la
mayoría reclama, y volvió a penalizar a los socialistas con cinco escaños menos
de los humillantes noventa obtenidos el 20D. A su izquierda también hubo
reproches, sí, pero menos, pues lo cierto es que la suma de Podemos, las confluencias e Izquierda Unida apenas
varió a efectos parlamentarios, al perder solo tres diputados y mantenerse como
una poderosa alternativa al liderazgo del PSOE frente a la derecha
parlamentaria que encarnan, al alimón, PP y Ciudadanos.
Ahora, sin siquiera tener el
valor de decirlo, Sánchez pretende articular un nuevo acuerdo, esta vez sí, con
las antes denostadas fuerzas del cambio, que concite la abstención de
Ciudadanos a fuer de excluir del Gobierno a los miembros de Unidos Podemos, y,
de nuevo, con el básico e impreciso programa de expulsar al PP del Ejecutivo. Un
reto imposible de lograr. Hace tiempo que Ciudadanos no oculta que su principal
razón de ser como actor de la política nacional es evitar que Podemos y las
confluencias lleguen a ser opción de Gobierno o con influencia real sobre la
acción legislativa de Las Cortes. Pensar que con solo ochenta y cinco diputados
se puede aspirar a presidir el Ejecutivo es algo que sólo cabe en la mente de
alguien tan ingenuo como Pedro Sánchez.
El problema es que el aún líder
socialista es plenamente consciente de que en el momento en que Rajoy logre ser
investido Presidente, sus días como secretario general del PSOE habrán llegado
a su fin, y ha optado por alargar la interinidad del actual Gobierno y, con,
ella, la suya propia. Para lograrlo, todo su equipo mediático, al galope de los cuatro jinetes del Apocalipsis
socialista (César Luena, Antonio Hernando, Óscar López y el sempiterno
Rafael Simancas) y el agregado Patxi López, no han escatimado un solo segundo
de radio o televisión para introducir en el imaginario del electorado la falsa
idea de que la abstención es un apoyo explícito al Partido Popular. Arrastrando
al PSOE a unas nuevas elecciones en las que Sánchez aspira a repetir
candidatura gracias a la secular e impostada paz interna que caracteriza a los
socialistas en periodo electoral.
Pero lo cierto es que Mariano
Rajoy ha logrado -y volverá a hacerlo, qué duda cabe, tras el 25 de septiembre-
articular una mayoría parlamentaria que, sin ser absoluta, es la única en
condiciones de plantear una investidura. Empero, sin terceras mediante, un Gobierno presidido por Mariano Rajoy se verá
sometido a un fuerte control del Hemiciclo (algo inédito hasta la fecha), e
incluso se verá forzado a gestionar leyes que el PP nunca promovería por sí
mismo. O, mejor aún, desde La Moncloa podrá sentir cómo el Congreso deroga sus
reformas más perniciosas para la ciudadanía. Será, además, un Gabinete susceptible
de ser cesado mediante moción de censura una vez que la estabilidad legislativa
permita a los socialistas renovar (con o sin Pedro Sánchez) su liderazgo y su proyecto. Conviene no olvidar que Sánchez
carece de un mandato político propio, toda vez que su secretaria general
proviene de un Congreso Extraordinario cuya función era llevar a término el
proyecto encabezado por Alfredo Pérez Rubalcaba en el XXXVIII Congreso, expirado
en febrero de este mismo año.
En la actual tesitura, resulta
más plausible que el PSOE concite mayorías parlamentarias liderando la
Oposición, una vez que es poco creíble que hoy pueda hacerlo para desalojar a
Mariano Rajoy de La Moncloa. Una
Oposición fuerte, responsable y con la fuerza suficiente para impedir las
veleidades autoritarias y neoliberales del PP (y de Ciudadanos) será la mejor
tarjeta de presentación del PSOE para concurrir de nuevo a las urnas. Una hoja
de servicios que la ciudadanía podrá evaluar y agradecer, y de la que en este
momento Pedro Sánchez, y con él todos los socialistas, carecen.
Sin embargo, si Sánchez opta por
arrastar al PSOE a unas terceras elecciones manteniendo su interinidad, y es
algo que ya reflejan los primeros sondeos, se arriesga a que el Partido Popular
y Ciudadanos amplíen más su mayoría en Las Cortes y a que la izquierda se vea
en un papel de Oposición tan vociferante como irrelevante y poco decisorio.
Pedro Sánchez ostenta el dudoso
honor de ser el único candidato socialista que no pone su cargo a disposición
del partido tras no una, sino dos, severas y humillantes derrotas electorales
(Rubalcaba se sometió al XXXVIII Congreso solo unas semanas después del
desastre de Noviembre de 2011), y está a un paso de perder la oportunidad de
liderar la que, por primera vez, sería una Oposición con capacidad de marcar el
ritmo legislativo del Gobierno. Apostar por un pacto de gobernabilidad
imposible (al menos mientras el derecho a
decidir forme parte de los condicionantes y Podemos siga sin definir su
estrategia nacional) supone renunciar explícitamente a una –corta- Legislatura
en la que el Parlamento tendrá más poder que el propio Ejecutivo. ¿Están
seguros los dizque estrategas de la dirección socialista que volverá a darse un
escenario como este? ¿De verdad creen Sánchez y los suyos que sin programa y
sin currículo opositor darán la vuelta al tablero?
Tal vez haya llegado el momento
de que el Comité Federal del PSOE abandone su actual cobardía, haga valer la
democracia interna del partido socialista y ponga en su sitio al secretario
general interino. Siempre será mejor un Gobierno del PP con una mayoría exigua
y condicionada por una Oposición fuerte y determinante -que, hay que insistir,
podrá hasta enmendar los Presupuestos Generales o cesar a Rajoy pasado un año-
que unas terceras elecciones que empoderen de nuevo a la derecha por otros cuatro
interminables y temibles años.