domingo, 29 de octubre de 2017

El izquierdómetro catalán

Publicado en Iris Press Magazine.


Estos días se cuestiona la pureza ideológica ajena, a cuenta del desaguisado político catalán, con una ligereza escalofriante. En la secuela del “no nos representan” o más recientemente, el “no es no”, sin concesiones a la razón ajena, pues ya se sabe, al enemigo, ni agua, no se puede dar la razón al Gobierno, apoyar e incluso alentar sus decisiones, por muy acertadas que estas sean, sin que te apliquen el izquierdómetro hasta en la propia casa común. Afortunadamente, el inevitable acercamiento al Gobierno decidido in extremis por Pedro Sánchez, ha puesto fin a esta práctica dentro del PSOE. Los socialistas, en bloque y por fin de acuerdo en algo, hemos pasado a conformar el núcleo principal de la ahora denominada “izquierda unionista”. Algo así como una traidora y falsa izquierda incapaz de aprovechar la oportunidad de zaherir un golpe mortal al Partido Popular. Aunque hacerlo se lleve a la Constitución por delante.
La Carta Magna ha pasado a ser un engorro y una excusa. Se alienta su reforma, pero antes hay que darla por muerta. Se inocula empatía con quienes la han violentado, que son la mayoría secesionista en el Parlament y el irresponsable Puigdemont, al tam-tam de la Assemblea Nacional Catalana y de Òmnium Cultural, embarcando a miles de ilusionados catalanes en una galera sin recorrido posible dentro de nuestra imperfecta democracia.
Es mala suerte que una situación tan complicada y falsaria esté sucediendo con el PP habitando La Moncloa, y que Mariano Rajoy sea quien la pilote. Sin menoscabo de que si los populares no estuvieran en el Gobierno, quizás nunca tendría lugar este delirante presente, aunque es poco creíble. Los propios secesionistas saben que cualquier gobierno, de cualquier partido, estaría obligado a actuar de la misma forma. La Constitución y las leyes, no gusten o no, son para cumplirlas. El Estado debe velar porque así sea. Habrá que cambiarlas, y como defiende el PSOE, este puede, y por tanto, debe, ser el momento adecuado para plantearlo. Pero el único golpe de estado fue el perpetrado el viernes por el Govern y los diputados de PDeCAT, ERC y CUP, y su comisión aleja las posibilidades de abordar las reformas con sosiego.
Al PP, tan culpable de rociar gasolina sobre el fuego secesionista, ojalá consigamos ilegalizarlo, aplicando las leyes -las actuales-. Cayó Al Capone por defraudar a la hacienda pública. Pero el Gobierno, con Mariano Rajoy al frente, ha actuado como correspondía. Que cuatro imbéciles fascistas fueran a "atacar medios de comunicación" el pasado viernes, o la nefasta gestión del 1O, abusos policiales incluidos, no cuestionan lo acertado de sus decisiones tras la aprobación de la DUI. La democracia, no nos equivoquemos en esto, no trata de los acuerdos, sino de los desacuerdos, que limita con leyes que nunca son a gusto de todos, y hacen posible nuestra convivencia. Esta se pone en peligro cuando se ignoran, como está pasando en Cataluña. No es culpa del Estado ni de las leyes; sí lo es de quienes alimentan una fraudulenta "fe republicana" que no resiste la más mínima verificación democrática. También de quienes, desde la “verdadera izquierda” cuestionan la Ley y defender el Estado de Derecho y llaman golpe de estado a aplicar el artículo 155 de la Constitución.
Los españoles, con especial afección los catalanes, vivimos la desgracia de que esta haya sido una pelea entre rufianes. El de este viernes fue el último asalto, y ganó el rufián mayor, Mariano Rajoy, púgil y réferi del combate. Admitir que está bien así no nos hace peores ni menos de izquierdas. Aunque nos duela y sepamos que ni el Presidente ni el Partido Popular actuarían del mismo modo.
Lo resume bien mi amigo Alberto Sotillos: