martes, 23 de abril de 2019

Editorial publicado hoy en La Mar de Onuba.


El ganador moral del debate de ayer en RTVE fue Xabier Fortes, y junto a él todo el equipo de profesionales de la televisión pública. Lamentable que ninguno de los líderes políticos quisiera (o supiera) aprovechar el formato que el moderador del encuentro les ofreció insistentemente, y optaran por aguantar sin responder cada embestida verbal de sus contrincantes, a la espera de que la suya propia diluya la anterior en el olvido de los televidentes. El presidente del Gobierno fue bastante explícito en esa estrategia cuando vino a decir que prefería no responder a una interpelación directa porque seguro que vendría alguna más del mismo tenor de sus otros oponentes y deseaba “reservarse”. Rehuyeron el debate, que era lo que les había citado en el Estudio 1 de TVE. Ni Sánchez, ni Casado, ni Iglesias ni Rivera estuvieron a la altura que el respeto a los electores exigía del esencial acto electoral de ayer en la televisión de todos. A ver qué hacen hoy.

Quizás quienes mejor aprovecharon el debate fueron Pablo Iglesias y Albert Rivera, o al menos así lo habrán percibido sus seguidores, aunque al líder de Ciudadanos lo mataron sus intentos de generar cierta crispación -sin éxito- a cuenta del tema catalán, y el teatral “minuto de silencio” (Páramos dixit). Rivera comenzó muy bien, pero pierde las formas como un gremlin alimentado después de la doce; pasa de candidato a tertuliano no más intuye una barretina. El candidato de Ciudadanos, y su corte, deberían revisar cómo verbalizan en ocasiones el conflicto catalán, y cuánto de fuego aportan a la gasolina independentista. El ruido no es mejor que el silencio.

Pablo Iglesias compareció con las tiritas de Villarejo. Compareció ante los españoles vestido del Podemos de siempre, que “vuelve” tras haber sido acosado durante toda la Legislatura con insidias mediáticas pergeñadas con información falsa por la “policía política” del Partido Popular. Una aberración democrática para manipular el imaginario electoral de los españoles. Iglesias, constitución en mano, reclamó más estado social y defendió que “sí se puede” sostener. Era su objetivo principal. Trasladar al votante que quien gobierna es quien decide lo que el Estado paga y lo que no. Y es el votante quien decide quién gobierna. Situó al PSOE, sin porfías, como el partido ganador de las elecciones, e instó a Sánchez a revelar a los telespectadores con quién pactaría su investidura en igualdad de condiciones.
Pablo Casado perdió ayer las elecciones. Con bastante probabilidad, también perdió la presidencia del Partido Popular. Los resultados del próximo domingo se anuncian como una debacle para el PP de dimensiones catastróficas (lo será perder más de 50 diputados, como lo fue para el PSOE tras los comicios de 2011), que tendrá sus réplicas en las municipales y autonómicas del mes próximo, y que exigirán un profundo proceso de catarsis y refundación de la derecha española. Casado demostró ayer que no está capacitado para ser quien lidere ese proceso.
Y Sánchez obtuvo lo que esperaba para sí mismo. No sufrió ningún rasguño grave. Encajó los golpes como si no fueran con él. Y propinó dos mandobles letales (el color de sus pactos con Bildu y el plano de la corrupción por plantas de Génova 13) a Pablo Casado, que buscaba el cuerpo a cuerpo con el Presidente y salió mal parado. El favorito de todos los sondeos concurría con los viernes sociales bajo el brazo, tras haber pasado 10 meses ejecutando por adelantado su programa electoral. Presumió mucho y aportó poco. Pero los suyos podrán decir que ganó el debate sin tener que torcer el gesto. Como los de Iglesias y los de Rivera. Y los de Abascal.