Aún no se ha logrado conformar el supuesto Gobierno Progresista
y Reformista pactado entre PSOE y Ciudadanos y los de Albert Rivera ya han
violado, y a lo grande, el espíritu de lo acordado con toda solemnidad mientras los partidos de izquierda esperaban en una sala del Congreso de los
Diputados que los representantes socialistas se sentaran a la mesa.
Este martes, los diputados de Ciudadanos, el “socio
imprescindible” de Pedro Sánchez para sentarse en el despacho principal de La
Moncloa, dejaron solo al PSOE en dos votaciones esenciales para iniciar el
camino del cambio, y optaron por sumar sus votos al Partido Popular para
impedir la derogación de dos leyes claves del nefasto balance la mayoría absolutísima
con la que Mariano Rajoy han construido un país a medida de los intereses de
sus patrocinadores, con menos derechos para los ciudadanos, más restricciones de
las libertades y la caja pública abierta al exclusivo servicio de la banca y
las grandes empresas.
La negativa de Albert Rivera cumplir lo pactado y aliarse
con el PP en dos elementos claves para la recuperación de la normalidad democrática
es distintiva del tipo de Gobierno que el joven líder de la nueva derecha
pretende imponer a Pedro Sánchez. Es también una demostración de fuerza que
deja en muy mal lugar al Secretario General del PSOE, que se ha mostrado
incapaz de conseguir que el deseado socio para convertirse en Presidente le
secunde en dos iniciativas tan importantes como son la derogación de las leyes
Mordaza y Wert.
El comportamiento de los diputados de Ciudadanos, supone de
facto, un incumplimiento flagrante de lo acordado con el PSOE. Así, ¿con qué
fuerza pretende Pedro Sánchez sentarse esta semana en una mesa a tres para
pedir a Podemos que se sume a un pacto que, en su primera prueba de fuego, no
es respetado por uno de los firmantes que, además, Sánchez insiste en presentar
como indisoluble de su propuesta de cambio?
Por su parte, Ciudadanos hace una insolente demostración de
fuerza el mismo día en que deja con el culo al aire a Pedro Sánchez, y en
vísperas de la deseada reunión a tres bandas cambia su discurso y exige mando
en plaza y cuota de sillones en un Consejo de Ministros que más bien parece que
no desea que llegue a constituirse.
Albert Rivera actúa atendiendo a lo que dicen los sondeos y se burla del PSOE.
Se presenta como garante de un pacto que pueda desalojar al PP del Gobierno y
que mantiene secuestrado a Pedro Sánchez, pero al mismo tiempo se dedica a
dinamitar dicho pacto, a la espera de que el fracaso desemboque en una
convocatoria de unas elecciones que ansía sin disimulo.
Con la distribución actual del Congreso, la grosse koalition que sueña Rivera no
requiere de su concurso, y así se lo han dejado bien claro desde el Partido Popular.
Su exitosa estrategia desde el 20 de diciembre, empero, anuncia una nueva aritmética en la que los excluidos
serán los partidos de izquierdas, y en la que Rivera podrá cómodamente exigir
el lugar que prefiera en un Gobierno doblemente de derechas que perpetúe a
Mariano Rajoy y su corrupto partido al timón de nuestro país.
La única salida creíble pasa la inmediata ruptura por parte
de Pedro Sánchez del pacto con Albert Rivera, expulsar a Ciudadanos -por
traidor- de la negociación prevista con Podemos y recuperar, si es que aún se
puede, la mesa que sabiamente propuso Alberto
Garzón y en la que los otros partidos de izquierda se quedaron con cara de
lelos mientras Sánchez firmaba a sus espaldas un pacto que les excluía.
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