Publicado en Diario 16
El líder de Unidad Popular - Izquierda Unida, Alberto Garzón, lanzó el pasado viernes un mensaje demoledor para el PSOE. La
confluencia con Podemos pretende apartar del poder a las políticas de la derecha.
No a Rajoy; no al Partido Popular. A la derecha.
Es un matiz importante dada la
evidente intención del PSOE de enfocar la inminente campaña electoral en
culpabilizar a Podemos de la repetición de las elecciones, y de que Rajoy pueda
estar a las puertas de seguir siendo Presidente del Gobierno durante cuatro
años más.
Es el pecado original del partido socialista post Zapatero-Rubalcaba,
de lo que algunos llaman “el PSOE de Pedro Sánchez”. Los actuales dirigentes del
PSOE parecen no haber entendido aún el fenómeno Podemos y las nuevas formas de
militancia política. Siguen sin haber interiorizado que el movimiento 15M
existió, que inició una nueva etapa en la historia política española y que el
PSOE aún no ha ofrecido una respuesta o una propuesta renovada y a la altura
para seguir siendo el partido que lidere la alternativa a la derecha económica
y social en España y Europa.
Un liderazgo que los socialistas ejercieron -con luces y
sombras, pero sobradamente- entre 1977 y 2010, alcanzando sus cotas de mayor
apogeo en las elecciones de 2008 con un apoyo de once millones trescientos mil
votos, y en 1982, cuando con algo más de diez millones metieron a 202 diputados
en el Congreso y pusieron en marcha la ambiciosa y necesaria transformación que
España reclamaba tras el fin de la Dictadura y la transición democrática a la
Segunda Restauración Borbónica. No afirmo que esa transformación sea un mérito
exclusivo del PSOE, que no participaran muchos más actores, o que no hubiese
sucedido en manos de otros partidos. Defiendo que la sociedad española no tuvo
duda de que el partido que quería para liderarla era el Partido Socialista. Incluso
en los malos momentos -que los catorce años de Gobierno entre 1982 y 1996 no
fueron precisamente un camino de rosas-, los ciudadanos confiaron en el PSOE.
Tras el paréntesis que supuso el aznarato, siguió siendo el PSOE la alternativa, y la sociedad
española no se sintió llamada a buscar o crear otra. Supo que liderar el país
tras el fiasco popular debía ser de
nuevo una responsabilidad del PSOE.
¿Por qué esto no se percibe así ante el 26J? ¿Por qué no lo
fue el 20D? Sí, la respuesta es Podemos. Tras el nacimiento del movimiento 15M
se produjo en España un inusitado reencuentro entre la política y la
ciudadanía. Solo cinco años atrás, y es tan importante tener en cuenta esta
realidad, casi era de mal gusto hablar de política en reuniones sociales y
familiares. En la práctica, era una convención social no incurrir en ello.
Heredada de las grandes y reñidas diferencias tras 40 años de franquismo, sí,
pero mantenida cuando su impuso la “normalidad democrática” y la política dejó de
ser, triste pero cierto, un tema de interés común. Los liderazgos estaban
definidos y, por evidente consenso, debidamente delegados en PP, PSOE, IU y algunos
partidos periféricos. El mayor compromiso político asumido por las mayorías (nótese
el uso del plural) no pasaba de acudir a las urnas, participar en alguna
manifestación, y si acaso, ejercer o no el derecho de huelga. Y poco más. “Yo
paso de política” era el leit motiv de
la juventud.
Hasta la multitudinaria manifestación del 15 de mayo de 2011,
que frente a la pírrica concentración lograda por los sindicatos el Primero de
Mayo de aquel difícil año, desató los acontecimientos que todos conocemos y el
cambio radical que se venía larvando en España, al menos, desde octubre del año
anterior. Era el auge de los primeros movimientos de indignados en las redes sociales y las primeras “confluencias” en
colectivos como Juventud en Acción o Ponte en Pie, y, tras estos, Juventud Sin
Futuro o Democracia Real Ya. Movimientos
que pronto vendrán a coincidir con las primeras revueltas estudiantiles de
seriedad desde los primeros años ochenta del siglo pasado, pues más allá de
protestar contra los recortes
presupuestarios en la educación, el plan Bolonia o el
aumento de las tasas universitarias, se levantaban contra el paro, la
precariedad laboral, la torpe gestión de la grave crisis económica o el
deterioro del sistema democrático, escenificado con suma claridad en las
brutales cargas policiales inmortalizadas por el lema “que soy compañero,
coño”, o por la retrógrada Ley Mordaza. Es cuando toda una generación
pone música al libreto ¡Indignaos! de Stéphane Hessel y se alza “contra la indiferencia y a favor de la
insurrección pacífica”. En
otros puntos del mundo, serán la Primavera
Árabe y movimientos como Occupy Wall
Street y otros similares. Hechos reales que los partidos tradicionales tratan
de catalogar como anecdóticos o puntuales, sin entender que han transformado,
para mejor y también para peor, a toda la sociedad. Aquella vieja convención
social salió disparada por los aires y hoy, la política vuelve a ser una
preocupación compartida y un tema de conversación habitual. Una preocupación de
la que ahora todas las personas formamos parte de forma activa.
La cuestión es si la dirección del PSOE ha logrado entender ya el
repentino apogeo de la implicación ciudadana en la política. Si está sabiendo
ejercer el liderazgo que se esperar de él. Si ha sido capaz de diferenciarse
con claridad del Partido Popular, o si ha caído en el enorme error de anteponer
su legítima posición de salida en el tablero
del fenecido bipartidismo, en vez de dar respuesta a las nuevas cuestiones que
la sociedad está planteando.
Y en esas estamos. Los sondeos demuestran que hay una clara
mayoría social que quiere parar a la derecha. Pero también que la derecha no
está sola y mantiene un amplio respaldo social que exige el más exquisito
funcionamiento del sistema democrático. No se trata de si esta está teñida de
azul PP o naranja Ciudadanos. Se trata, pues, de frenar a la derecha, y el PSOE
muestra síntomas de haber perdido su capacidad de liderar este cometido. No de
lograrlo, conste; ya lo ha hecho antes. De liderarlo. Y esto sí que debería ser
una preocupación para los estrategas del partido socialista.
Se argumenta, con clara intención de ningunear sus causas
fundacionales y restar valor a sus ideas y propuestas, que Podemos “solo” ha
nacido para ocupar el espacio del PSOE. Tristemente, en esta pobre crítica encontramos
el mejor análisis. Por supuesto. Claro que sí. Se trata exactamente de eso.
Solo que Podemos aparenta estar en condiciones de contrargumentar con éxito que
no viene a por el mismo espacio que hoy ocupa el PSOE, sino a ocupar el espacio
vacante dejado por el PSOE.
Y mientras desde Ferraz se configura toda una campaña basada
en señalar a Podemos como responsable de que Rajoy aún siga en La Moncloa, los
morados ya trabajan en una confluencia dispuesta a mantener alejada a la derecha
del poder, más allá del 26J y con o sin el PSOE. Al PP y también a Ciudadanos. El
discurso en muy simple, el verdadero problema de los españoles no es la
corrupción del PP –que también lo es, y muy preocupante- son sus políticas y
sus consecuencias: las pérdidas de derechos y libertades, el aumento de la
presión legal y fiscal sobre los ciudadanos y la pequeña y mediana empresa,
mientras se defiende y financia a la banca y las grandes corporaciones, y se
pergeñan (o se intentan pergeñar) tratados internacionales para transferir a
estas el poder económico y social.
La dirección del PSOE debería preguntarse por qué,
efectivamente, Podemos quiere “barrerlo”, en vez de lamentar lacónicamente que
un nuevo partido o coalición pida ocupar su espacio, y que más de cinco
millones de personas lo avalen. Pedro Sánchez y su equipo no parecen estar entendiendo
la demanda de la ciudadanía a la que tradicionalmente ha venido representando.
En el discurso político nacido tras el 15M, va ser un paseo
militar para los emergentes defender que la confluencia de Podemos-IU surge tras
constatar que no se puede contar con el PSOE para echar a la derecha y superar
el modelo del bipartidismo. Que el PSOE erró al pensar que podía imponer a la
izquierda las condiciones para formar Gobierno, mientras dejaba que Ciudadanos
le impusiera las suyas. Que apostó por la continuidad en las políticas del
actual marchamo europeo mientras ofrecía como única contrapartida desalojar al
PP de La Moncloa. Y así quedaron atrás, por ejemplo, claridad frente a las reformas
laborales o reprochar a quienes se desea como socio que no hayan apoyado paralizar
los copagos sanitarios, la Ley Wert o la dictatorial Ley Mordaza. Y estas
reformas y leyes son, esencialmente, las señas de identidad contra las que se
alzan los movimientos emergentes que ahora reclaman el liderazgo a este
lado del centro político.
La dirección del PSOE parece empeñada en salir al ruedo
electoral para competir por el viejo y oxidado liderazgo… aunque sea en la
Oposición. Puede que a la espera de tiempos mejores, mientras PP y Ciudadanos “se
comen” imposiciones europeas como el próximo recorte de 20.000 millones de
euros de gasto público. La dirección socialista parece no contemplar que eso es
exactamente lo que ha venido haciendo la derecha estos últimos cuatro años y
que, además, seamos realistas, mantiene prácticamente intacto su suelo
electoral.
En esta tesitura, pues, ¿es posible el temido sorpasso? Claro que sí, hay una mayoría
social que tiene que decidir a quién confía el liderazgo de las clases
populares, porque quien lo ejerza estará llamado a gobernar el país más pronto
que tarde, ahora o dentro de cuatro años. Es una situación inédita, pero
absolutamente real. Los más de cinco millones de votos obtenidos por Podemos y
las confluencias en las convocatorias del 20D, equivalen al voto perdido por
los socialistas desde 2008. El liderazgo está en pugna. ¿Lo ha entendido la
dirección del PSOE?
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(Publicado en Diario Progresista el 2 de diciembre de 2012)
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