Publicado en El Socialista Digital y Liverdades.
El Partido Socialista ha desbloqueado la gobernabilidad y ha
puesto en marcha la XII Legislatura. España tendrá Gobierno esta semana y
volverá a estar bajo el control de Las Cortes, poniéndose fin a una insólita
etapa de rebeldía popular.
El escenario va ser muy adverso. Pesará sobre la Legislatura
el permanente chantaje de la derecha aprovechada y desagradecida que se nutre
carroñera de la división de la izquierda y el fantasma de la disolución. Mariano
Rajoy no podrá pulsar el botón rojo
de la convocatoria electoral antes del próximo 3 de mayo (la Ley se lo impide),
luego el tiempo apremia.
El ala izquierda del Hemiciclo comparece sumida en graves
crisis. Por un lado, Podemos vocifera contra el PSOE mientras oculta que sus
propios cimientos acusan síntomas de aluminosis severa. La cuasi virginal
formación de los círculos se asoma ya
al precipicio de la escisión tras haber concurrido dos veces a las elecciones
en menos de un año, y dejarse en el trayecto más de un millón de votos sin
siquiera haberse estrenado como un activo para la ciudadanía. En su seno
conviven -en impostada armonía- dos almas que se revelan radicalmente
incompatibles. Auguran partenogénesis, en dos o más partidos, seguramente antes
de las próximas elecciones europeas. Más si estas coinciden con las municipales
y autonómicas para las comunidades de la “vía lenta”. Conformar listas
electorales acentuará ese riesgo para la soterrada contienda entre el populismo
de Pablo Iglesias y el pragmatismo de Íñigo Errejón, que va camino de volar la
convivencia entre dos almas antagónicas. Una, la que busca tener “un pie en Las
Cortes y mil en la calle” (Miguel Urbán dixit),
y que se pide el rol de único y auténtico poder popular. Otra, la que
busca integrarse en las instituciones y apuesta por transformar las decrépitas
estructuras de la Sociedad desde dentro,
sin dinamitar la avenencia con quienes opinan diferente. El errejonismo, dicen, es más de propuestas
que de protestas, discrepante del plablismo.
Es una crisis, esta de Podemos, incipiente e in crescendo, de difícil irreversibilidad.
Por otro lado, la crisis del PSOE. El socialista es un
partido centenario cuya historia relata que tiende a salir fortalecido de sus
fuertes y cruentas disputas internas. Su epitafio político se ha escrito tantas
veces que se podrían editar en versión de tapa dura. De los ejemplos al
respecto, que si el marxismo, que si la OTAN, que si la UGT… se ha escrito
mucho estos días, y no es cuestión de redundar en ellos. Al contrario de la
sintomatología de Podemos, el camino a recorrer por el PSOE -la veteranía es un
grado- ha sido siempre el de la recomposición interna y el reencuentro de sectores
enfrentados en una causa común. Sufrirá durante un -más bien breve- periodo el fantasma
del aún beligerante pedrismo, pero es
muy previsible que este se diluya cuando tome conciencia de que las redes
sociales no son un retrato muy realista de la idiosincrasia socialista, de que
sus -hasta ayer mismo- valedores ya han dado por amortizado a Pedro Sánchez, y,
sobre todo, de que a su paso por el Salvados
(¡cuánta ironía esconde lo catódico!) de Jordi Évole dejó firmado con tinta
felona su testamento político.
Con independencia de cómo se resuelva el complicado proceso
congresual que está esperando al PSOE, la pax
socialista debe manifestarse más pronto que tarde. Y hacerlo en su exponente
más visible, que es el grupo parlamentario. Es donde debe comenzar la
reconstrucción del PSOE. Donde debe residir el reto inmediato del principal
partido de la izquierda española si pretende seguir siéndolo: liderar la
Oposición y capitanear la iniciativa legislativa en el Congreso.
El Grupo Parlamentario Socialista, a pesar de algunas sesudas
sentencias rufianescas, y en tanto se
resuelvan las directrices políticas que deberán emanar de su próximo Congreso, debe
demostrar, todos a una, que no ha abdicado su programa ni sus compromisos
electorales, que tendrán que ser forzosamente la hoja de ruta de sus 84 escaños. Pasado el embarazoso trámite con los diputados díscolos (que
Esperanza Aguirre definiría maliciosamente como “¿charlita o multita?”),
el Grupo está obligado, desde esta misma semana, a conformar un bloque compacto
que sea el principal atasco al que se enfrente el Ejecutivo de Mariano Rajoy.
Si el Presidente ha concluido que tiene en el PSOE un aliado, el PSOE está obligado a responderle
como una sola voz que no ha entendido nada en absoluto. Si las rivalidades internas
no se quedan en la calle Ferraz y el PSOE no visibiliza unidad de acción en este
cometido, sí que tendrá un grave problema con sus electores y su militancia.
De entrada, los diputados socialistas no van a tener fácil
marcar la agenda a la presidenta del Congreso, Ana Pastor, que ya ha dado muestras
de dudosa imparcialidad institucional. Tendrán que sortear los intentos de veto
del Gobierno, y, “con mucha paciencia y humor”, que diría el profesor Torres
Mora, las zancadillas de Pablo Iglesias y su desmedido afán por ser el primero
de la clase. Con toda seguridad, Podemos intentará enmendar cada iniciativa del PSOE con una redacción propia, oportunamente
amparada en la “voz de la calle”, que dificulte un necesario consenso que no
verá electoralmente rentable. Si en algo tuvo razón Pedro Sánchez en su
temeraria intervención en Salvados,
es que si de verdad hay una coincidente voluntad política para proteger a los
españoles del Partido Popular, PSOE y Podemos tendrán que acostumbrarse, más
tarde o más temprano, “a trabajar codo con codo”.
Tendrán también que bregar los diputados socialistas con el
permanente chantaje con sabor a despedida de los independentistas catalanes. Especialmente
de Esquerra Republicana de Catalunya y su zafio ristomejidista Gabriel
Rufián, al que sus mayores sacarán cada cierto tiempo a cagar sobre la
soberanía popular para tensionar el ‘proceso de desconexión’, aunque luego
tenga que bajar Joan Tardá a recoger sus excrementos verbales con bolsita
conciliadora. ERC debe decidir si va a posibilitar
las iniciativas legislativas de la izquierda, y beneficiar con ellas –también- a
los todavía ciudadanos españoles de su todavía comunidad autónoma. O si, por el
contrario optan por ser cómplices del inmovilismo del Partido Popular y luego
presentarse como víctimas del mismo. ERC ya vendió su alma de izquierdas e indultó a la derecha neoliberal del 3 %,
manejada por la molt honorable
familia Pujol y el agazapado Artur Mas, en aras de una independencia que, con
esos mimbres, apunta a república bananera. Son, por tanto, imprevisibles.
También pesará el permanente abrazo del oso con el que Ciudadanos y PP intentarán cercar al PSOE
dentro del llamado bloque
constitucionalista. Y lo harán, ironías de la política, exhibiendo el
documento pactado por Albert Rivera con Mariano Rajoy y las numerosas
coincidencias con el que previamente había suscrito con Pedro Sánchez, que fue
ratificado en la ÚNICA CONSULTA que el ex líder socialista hizo a la militancia socialista durante su ominoso
mandato. Será ardua tarea eludir que el PSOE había supeditado
la fallida presidencia de Sánchez a los mismos acuerdos que el Partido Popular
ha firmado con Ciudadanos como programa de Gobierno. Es parte de una herencia
envenenada y uno de los yugos más pesados con los que el PSOE va a tener que
lidiar lo poco que dure la XII Legislatura. Pero es un arma de doble filo que
los socialistas deben aprender a utilizar a su favor para poder sumar a
Ciudadanos en determinadas iniciativas. Por ejemplo, las relacionadas con la lucha
contra la corrupción y la exigencia de responsabilidades al PP.
Y, por último, y principal, el PSOE depende de su grupo parlamentario
para recuperar el liderazgo de la izquierda española fuera del Congreso. El
partido socialista está herido de muerte. La feroz batalla desatada en el
Comité Federal y la doble dimisión de Pedro Sánchez han devenido monumental enfado
entre sus votantes y la ciudadanía en general. Sin mencionar la notoria fractura dentro de su
propia militancia. De nada sirve tratar de explicar por qué el partido más
antiguo de nuestro país ha optado liderar una oposición determinante y
“entregar” el Gobierno a una organización tan sucia de corrupción y
autoritarismo, si la ciudadanía solo percibe tal decisión como el resultado de
una lucha cainita por el control del Partido.
El declive del PSOE no es responsabilidad única de Pedro
Sánchez. La pérdida de confianza y electores ya fue alarmante con la
candidatura encabezada por Alfredo Pérez Rubalcaba en 2011. Los socialistas
pagaron la factura de una crisis económica y social de la que no eran
responsables. Pero si no fueron cómplices, ni supieron comprender ni se
atrevieron a combatirla con medidas firmes para proteger a los ciudadanos de
las consecuencias del enorme agujero financiero provocado por las prácticas poco
ortodoxas y el latrocinio de las grandes corporaciones y la banca. Cuando la actualización
a la Tercera Vía del proyecto socialdemócrata a finales del siglo pasado se
evidenció fallida, el PSOE estaba desprevenido y sin respuesta. Desde entonces
lo único que se ha actualizado es el suelo electoral del socialismo español, al
que la irrupción -a izquierda y derecha- de nuevas fuerzas políticas ha pillado
sin proyecto y sin el aprecio de los
electores del que gozó durante más de 25 años.
Liderar la Oposición en la actual situación de debilidad de
Mariano Rajoy es, pues, el primer reto para un PSOE en el que, a pesar de sus
actuales diferencias internas, sigue prevaleciendo una voluntad común que lo
identifica como un partido de Gobierno. Los diputados socialistas ha anunciado ya
una batería de medidas que van a poner sobre la Mesa del Congreso. A destacar el
inicio inmediato de una fase de diálogo social para la aprobación de un nuevo
Estatuto de los Trabajadores y la derogación de la diabólica Reforma Laboral del
PP, que, por citar algún ejemplo de sus perversos frutos, ha convertido la enfermedad en causa de despido
objetivo, y ha instaurado condiciones laborales rayanas en la esclavitud para
miles de trabajadores. Un diálogo que tiene que empezar por una necesaria
subida del Salario Mínimo Interprofesional y la recuperación de la negociación
colectiva que el PP voló por los aires con la reforma Báñez. También se ha comprometido a exigir del Congreso la
revitalización del Pacto de Toledo. Urge estabilizar la financiación del
Sistema de Seguridad Social, y transmitir a la ciudadanía que el vaciamiento
interesado de la “hucha de las pensiones” por parte del gobierno popular no supondrá poner en riesgo un
derecho que el partido socialista logró consolidar como un pilar básico del
Estado del Bienestar español. También poner freno al soterrado derribo de la
Ley de Dependencia, el cuarto pilar, que puso un broche brillante a la época
dorada del socialismo español.
Otras propuestas que ya están comprometidas por el Grupo
Parlamentario Socialista y contempladas en el programa electoral del PSOE son la
creación de un ingreso mínimo vital para las familias sin
recursos, reconocer el derecho efectivo al subsidio por desempleo a los
trabajadores maduros con cargas familiares y a los parados de larga duración
mayores de 52 años, reducir el IVA cultural, suprimir el copago farmacéutico a
pensionistas y enfermos crónicos, aprobar la igualdad salarial de mujeres y
hombres, un gran Pacto de Estado contra la Violencia de Género, aprobar una Ley
de igualdad de trato y no discriminación, una Ley de muerte digna, prohibir los
indultos para delitos relacionados con la corrupción, o garantizar la
independencia y la neutralidad de RTVE y de la Agencia EFE. Medidas que se
pueden ir imponiendo al Ejecutivo de Mariano Rajoy mediante el consenso, porque
el Parlamento es soberano y el Gobierno no.
Pero cobrarse las difíciles piezas que suponen
la Reforma Laboral y la recuperación de los derechos robados a los trabajadores,
la defensa a ultranza del Sistema de Pensiones y de Dependencia, lograr un gran
Pacto de Estado por la Educación, y la abolición de Ley Mordaza, es donde el PSOE debería centrar sus objetivos para
los únicos seis meses que está garantizada la duración de esta Legislatura. Alcanzar
esos objetivos, o al menos, convertirlos en el ariete con el que PSOE aborde el
enorme reto que tiene por delante, permitirá a los socialistas volver a situarse
como referente de la izquierda española frente al populismo que se alimenta de
sus fracasos y sus divisiones. Y también frente a una derecha corrompida y
egoísta que se muestra inexplicablemente -o no tanto-
imbatible en las urnas.
El reto es apabullante. Sortear los obstáculos y
no ceder en su empeño es difícil, pero no imposible. Si, por el contrario los
diputados socialistas capitulan en estrategias de carácter orgánico,
posicionamientos en bandos y cainitas batallas por el liderazgo regadas de acusaciones de colaboracionismo con el PP,
estarán sirviendo en bandeja a otros el liderazgo de la Oposición en lo
inmediato. Y la alternativa de Gobierno en un futuro que puede estar más
cercano de lo deseado.