Cuando
el 20 de diciembre de 2015 el Partido Popular -ladrón de derechos, libertades y
prestaciones, cercenador del Estado de Bienestar- barrió al PSOE en las
elecciones generales, y los militantes del Partido -los socialistas- sufrimos la humillante
derrota a la que nos sometieron la derecha y la presunta izquierda de Podemos, todos
esperábamos el gesto de caballerosidad que un partido de Gobierno, el PSOE,
esperaba de su líder. Pero Pedro Sánchez compareció ante los medios de comunicación
y manifestó que el Partido Socialista había obtenido un “resultado histórico”.
Solo
la lealtad al Partido y al Secretario General -hoy discutida- impidió que ese mismo
día eleváramos las preces del socialismo al cielo y dijéramos en voz alta lo
que pensábamos en el silencio de nuestros hogares: “¿Pero qué coño dice este mamarracho con la pedazo de hostia que nos han dado?”
Solo
la lealtad al Partido y al Secretario General hizo posible que Pedro Sánchez
volviera a ser cabeza de cartel el 26 de Junio de 2016. De llagas sabemos mucho
los socialistas. Las sufrimos cuando, en 2007, a nadie se nos ocurrió oponernos
a la candidatura de Rafael Simancas, aún sabiendo que Esperanza Aguirre le
barrería en las elecciones autonómicas madrileñas. El daño infligido por el tamayazo cuatro años antes nos obligaba
a darle a Rafa otra oportunidad que
todos sabíamos derrotada. Nobleza obliga. Nobleza socialista.
El
20 de diciembre de 2015, todos los socialistas -no nos engañemos más- ya fuimos conscientes de que con
Pedro Sánchez el PSOE no iba a desalojar al
corrupto PP del Gobierno. Si llegó al 26 de junio al frente del partido fue por lealtad al Secretario General en periodos electorales. Nobleza socialista. Pedro quiso forzarla una tercera vez por la vía de un extravagante congreso exprés, y así atrincherarse en el no-liderazgo de la izquierda, aún sabiendo que volvería a ser arrasado en unos nuevos comicios.
Pero…
26 de Junio. Resultados electorales más humillantes –aún- para el socialismo. Los 84 diputados obtenidos supusieron una severa llamada de atención de los españoles al
PSOE, al que le dijeron que un Partido Popular corrupto y corruptor del modelo
de Estado que creamos los socialistas, era mejor opción de Gobierno que el
encabezado por Pedro Sánchez. Y allá va él, y
perdón por la expresión, con sus putos huevos, a decirnos a todos que el
PSOE había ganado la “batalla de las encuestas”. Se había dejado cinco escaños –más- en el
camino de la segunda vuelta, mientras el pérfido, malvado y corrupto PP ganaba catorce.
¿De verdad un líder del PSOE, del Partido Socialista Obrero Español, tiene, y perdón de nuevo, los santos cojones de sacar pecho ante
tan desastroso resultado? Sí, es increíble, pero sí. Pedro Sánchez los tuvo.
El
henchido y, empero, apaleado líder, resumió su presunta victoria en haber evitado el sorpasso.
El 20 de diciembre de 2015 la candidatura que encabezaba Pedro Sánchez fue más
que sorpassada, al quedar en cuarto lugar
en la circunscripción de Madrid. Y, superego
mediante, creyó haber obtenido un triunfo -manda huevos (Trillo dixit)- al recuperar un nimio tercer lugar en la segunda vuelta del 26J.
Pedro
Sánchez nunca evitó el sorpasso; lo
sufrió dos veces. Y con él todos los socialistas. Pues aún así, se lanzó al
ruedo presentándose ante los electores -que ya es grave- y ante la propia militancia
socialista -muy muy grave- como el antídoto
ante el Partido Popular.
Semejante
infantilismo, falta de humildad y corteza de miras -pues no es del partido el
reto, sino de España- no sé cómo tornose heroicidad por parte de Sánchez y sus
acólitos.
Solo
era necesario que un partido demócrata aceptara el resultado de las elecciones
para que, sorprendente y preocupantemente, miles de militantes socialistas perdieran
el oremus y -tampoco sé cómo- en su sesera albergaran la estrambótica idea de que
sumando a quien nada tiene que ver con las ideas del socialismo (PdeCAT y ERC),
era el PP quien había perdido las elecciones. A pesar de poner el culo de 14
diputados más sobre la cara de Pedro Sánchez.
En
qué momento esto se convirtió en debate y discrepancia en las filas del PSOE es
algo que deberán estudiar, más pronto que tarde, las facultades de Politología.
En cuál un partido como el PSOE llegó a romperse por dar como real la soberbia
y el fantasioso discurso de un líder fracasado como Pedro Sánchez, requerirá
más tiempo. Y dudo que los ya peinamos canas -nosotros, los carcas del aparato- podamos conocer qué dice la
Historia al respecto.
El
Partido Socialista Obrero Español no es un partido llamado a conformar coaliciones. ¡Es un partido de Gobierno! Pactar
con el PSOE es pactar Gobierno. Un PSOE sometido al chantaje de no saber si
mañana seguirá siendo mayoría es un PSOE perdedor.
Los
socialistas queremos ganar. ¡Queremos
gobernar! Porque estamos convencidos de que lo hacemos mejor y lo hacemos pensando
en nuestros conciudadanos. El día en que empezamos a discutir, impostadamente,
sobre (falsa) justicia, (falsa) lealtad, y (falsa) alternativa, nos chocamos de frente con Pedro Sánchez. El resto es
historia retardada. La Moncloa no está vacante. La ocupan quienes ganaron las elecciones.
España
vive la exasperante posverdad de Pedro Sánchez.