sábado, 26 de diciembre de 2015

La ‘emergencia’ del PSOE

(Publicado en rebeldía.es)


Se acusa en ocasiones al Partido Socialista Obrero Español de haber traicionado a la clase trabajadora y ser cómplice de no sé qué oscura maquinación para crear, sostener e incluso ‘poseer’ los cimientos del denominado despectivamente ‘régimen del 78’.

A la muerte de Franco, a solo 25 años del nuevo milenio, España vivía en una clara situación de subdesarrollo democrático, económico, social y sobre todo cultural dentro de una Europa de la que forma parte histórica desde los primeros tiempos. Era el resultado de treinta y nueve años de feroz dictadura impuesta a sangre y fuego y sostenida con armas y miedo. Solo la propia vida del asesino general puso fin a esos tenebrosos años de “cierta placidez”, como alevosamente los catalogó un infausto ex ministro del Interior -por supuesto- del Partido Popular y de un Gabinete presidido por José Mª Aznar.

Es cierto, quién podría negarlo, lo que aseguran dirigentes y militantes de Podemos: que la Democracia no es obra solo de los políticos, que lo es también del entusiasmo de las clases medias y trabajadoras durante todos los años pasados desde aquel noviembre de 1975 hasta el comienzo de la última,  devastadora y actual crisis económica y social.

No es cierto, empero, como argumentan torticeramente los más irresponsables e insolidarios dirigentes del Partido Popular y su caterva de tertulianos a sueldo -la claque-, que cada vez que han gobernado los socialistas España quedara “hecha unos zorros” por el despilfarro. Y no es de recibo que los que pretenden reclamarse herederos en vida de las esencias del Partido Socialista, Podemos, compren ese discurso a la vez que reclaman derechos de uso y dan por cierta semejante ignominia.

Una vez aprobada la Constitución del nuevo régimen, cimentados los pilares de sistema que devolvió a España la condición de Estado Democrático de Derecho, lo tocó al PSOE el mandato popular de construir y legislar un nuevo país y una nueva sociedad. Ocurrió, primero, entre 1982 y 1996. Catorce años esenciales para que España fuera el modelo de sociedad que históricamente se había venido fraguando en nuestro entorno, y que aquí fue frenado bruscamente por las armas en 1936. Y por ser el que los españoles decidieron hasta cuatro veces consecutivas, fue el Partido Socialista el que pilotó ese tránsito desde la España franquista a la del siglo XXI. Hasta aquellos momentos, el desaguisado estructural del país era tal, económica, social y hasta moralmente, que todo lo ocurrido en esos años, con sus luces y sus sombras, que las hubo, supone en sí mismo un capítulo completo de nuestra historia moderna. Tanto es así, que, por ejemplo, los dos millones de parados que tanto se reprochan y había al finalizar los mandatos de Felipe González hubiesen sido 10 millones -tal vez más- sin la transformación de España pilotada por el PSOE, a merced de cuyas mayorías parlamentarias se forjaron y afianzaron los pilares del nuevo Estado basado en la libertad, la democracia y la igualdad y que se metabolizaron en derechos educativos y sanitarios, sistema de pensiones, protección social, y corresponsabilidad ciudadana.

Podría haber sido otro partido, sí, pero fue el PSOE; y lo fue porque así lo decidió el pueblo español. Hasta que en las elecciones del 3 de marzo de 1996, los españoles decidieron legítima y democráticamente que el PSOE entregara el testigo del poder a la derecha representada por el Partido Popular a ver qué tal lo hacía y si era capaz de mejorarlo. Porque ciertamente, el sistema aún era muy mejorable y el socialismo empezaba a acusar síntomas de desgaste sin haber llegado, todavía, al listón de nuestros vecinos europeos.

Pero el PP desechó esta oportunidad y durante ocho años renunció a tirar del carro de la transformación. Dos largas legislaturas de mayoría parlamentaria de la derecha y gobiernos del Partido Popular sirvieron para frenar todo avance social o conquista de nuevos derechos de ciudadanía. Ocho años que el PP y sus aliados aprovecharon para tomar y gestionar, en su peculiar estilo, un auténtico Estado del Bienestar (no, el de 1982 aún no lo era) que recibía de los socialistas recién construido  y todavía en desarrollo. Aznar, sus gobierno y sus alianzas y estrategias parlamentarias optaron, a pesar de presumir de todo lo contrario, por muy poca política económica y mucha política fiscal. Se limitaron a ‘capturar’ el nuevo sistema y ponderarlo a beneficio de las élites económicas, empresariales y eclesiásticas, a las que Aznar asemejaba  hipócritamente como las grandes abandonadas y damnificadas del socialismo. Una élites que no podían quejarse del desarrollo y crecimiento logrado durante 14 años de gobiernos socialistas, pero que recibieron sin rubor alguno de Aznar el control directo o indirecto del Estado cual concesionaria transformadora de derechos en “servicios básicos” y artículos de consumo. Un modelo basado exclusivamente en la gestión y sin ambiciones para la ciudadanía.

Solo la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero volvió a poner en marcha la locomotora de la transformación social, y España recuperó el ritmo para avanzar en más y mejores derechos y servicios para las personas, para toda la sociedad. A seguir, en cierto modo, el itinerario socialista interrumpido por la democrática y destemplada irrupción de la derecha en el poder ejecutivo y  legislativo (y también judicial, en gran parte por responsabilidad del propio PSOE).

Zapatero sí optó por retomar el itinerario socialista y regresar a  un modelo de adquisición de derechos y otro tipo de comportamientos gubernamentales. Desde ordenar el regreso de las tropas de Irak en su primera semana de mandato, a subir -de verdad y sin insultar a la inteligencia de los españoles- las pensiones mínimas y el salario mínimo interprofesional. Promover y lograr el apoyo parlamentario para la Ley de Igualdad, el Matrimonio Igualitario o la Ley de Identidad de Género que abrió la puerta de la sociedad a las olvidadas y marginadas personas transexuales. Además, la Ley de Reproducción Asistida con una regulación favorable a la investigación con células madre, anatema para una Iglesia que había recuperado su mermado ascendente autoritario durante el aznarato.  Consensuar también, pues no olvidemos que Zapatero nunca gozó de las mayorías absolutas o pactos de legislaturas que sí tuvieron José Mª Aznar o el propio Felipe González, una Ley integral contra la Violencia de Género.
Durante las dos legislaturas de gobiernos de Zapatero y mayoría socialista en las Cortes, es decir, con el mandato recibido por el PSOE de llevar la iniciativa legislativa, España logró disponer de una televisión pública e independiente y financiada por el Estado, recuperó la política de ir reduciendo la financiación pública a la Iglesia y se introdujo la Educación para la Ciudadanía. Avances, todos ellos, necesarios en el modelo de sociedad que defiende el socialismo español.
Con el PSOE y con Zapatero al frente, España retornó al “buen tono” en la política exterior y a mirar con respeto a nuestros vecinos del mundo, apoyando la reforma de la ONU y promoviendo una Alianza de Civilizaciones y una Alianza contra el Hambre cuyos meros conceptos atemorizan a los grandes poderes fácticos que manifestaron su pánico en forma de burla y menosprecio. Regresó, tras el parón de los años de Aznar, al aumento sostenido del porcentaje del PIB destinado a la Ayuda al Desarrollo, siempre insuficiente,  y a la regularización de personas inmigrantes para integrarlas en el modelo de sociedad que promueven los ideales socialistas y que solo discuten los egoístas.
Una sociedad que a través de su Gobierno abordó sin subterfugios ni negadas concesiones el diálogo con ETA, y tuvo la suerte de ver el fin de su actividad armada. Que se atrevió, como algunos reclaman ahora como idea propia, a poner sobre la mesa el encaje territorial y político de las diferentes regiones de España y sobre todo, de sus diferencias históricas y culturales. Que supo así frenar el envite fuera de tono del Plan Ibarretxe, sin traumas para el nacionalismo vasco y sin alimentar disociaciones entre vascos y españoles. Que propició un valiente nuevo Estatut para Catalunya, frenado abruptamente por un recurso del Partido Popular que ninguneó el acuerdo mayoritario de los españoles expresado a través de sus Cortes y, es más, ratificado en referéndum por los propios catalanes.
Zapatero se afanó también en las asignaturas pendientes de la nueva sociedad española nacida tras el fin de la dictadura. Entendió llegado (y aviesamente retrasado por el PP) el momento de promulgar la necesaria y aún pendiente de cumplir Ley de Memoria Histórica, y hacerla visible con gestos como la devolución de los archivos de Salamanca, sin que estos hayan dejado de ser patrimonio de todos los españoles, o promover la retirada de los símbolos franquistas de nuestras calles, plazas y edificios públicos.
Y sobre todo, fueron los de Zapatero los que lideraron la aprobación de la Ley de Dependencia, el cuarto pilar del Estado del Bienestar que los anteriores gobiernos socialistas no tuvieron ocasión de establecer y apuntalar antes de perder las elecciones de 1996. Pilar que nunca fue un objetivo para la derecha, ni por ser un derecho pendiente de y para los españoles. Un derecho tan indiscutible que, incluso habiéndolo boicoteado claramente al recuperar el poder, ningún partido de la derecha osó rechazar cuando se sometió el referendo de las cámaras legislativas.
También fueron gobiernos socialistas los que no dudaron aprovechar el crecimiento económico y los años de bonanza para promover iniciativas como el injuriosamente denostado Plan E, que, con sus luces y sus (muchas) sombras, respondía al justo reparto de la riqueza común que promueven los ideales socialistas, mediante algo tan simple como destinar parte del superávit presupuestario a la contratación de personas sin empleo que pudieran así disponer de un sueldo -aunque fuera eventualmente- y poder cotizar para sus pensiones y prestaciones sociales. O destinar grandes cantidades de ese superávit para ir llenando la llamada hucha de las pensiones. Poner el dinero de todos al servicio de todos.
Quiero decir con todo lo anterior que el Partido Socialista nunca ha renunciado a sus ideales, y que lo ha demostrado de forma indiscutible dando pasos firmes y decididos a seguir transformando la nuestra en una sociedad mejor.
Además, y por más que algunos proyecten un tótum revolútum tan maniqueo como interesado, durante los años de mayorías socialistas lideradas por Zapatero, no se alcanzó el actual estado de degeneración democrática. No es que no hubiera casos de corrupción y que estos no afectaran también al PSOE. Es que la actual sensación de impunidad es fruto de la forma en que el Partido Popular convive con ellos cuando está en el poder, logrando que parezca una situación idiosincrática en nuestro país.
¿En qué ha fallado entonces el socialismo?
En primer lugar en no haber sabido retener la confianza de los españoles cuando la cosa se puso difícil, y no haber evitado que la sociedad española no discierna con claridad el modelo del PSOE frente al del Partido Popular. Que los votantes no hayan metabolizado que con mayorías socialistas se avanzaba, con más menos ritmo, hacia el modelo de Estado al que todos aspiramos. Al que, como los socialistas, aspiran las fuerzas emergentes al lado izquierdo de la ideología. El que preconizan y encomian los miembros de Podemos acusando falsamente a los socialistas de haber dejado de hacerlo.
El Partido Socialista ha estado a la altura en los momentos que forjan la historia de un país y una sociedad.
Hemos entrado en un nuevo tiempo. Un momento en que la sociedad exige nuevas y urgentes respuestas para empoderar a la ciudadanía en un sistema que se resquebraja y que pide ser reprogramado. Comenzó en 2007, y como en 1982 y otros tantos momentos históricos, encamina a la sociedad en un nuevo proceso de transformación.
Creo que los Gobiernos de Zapatero, con sus errores, y como antes lo hicieron los de Felipe González, obraron con responsabilidad en el contexto que les tocó gestionar.
Decisiones impopulares como la modificación de la Constitución, el ‘comodín’ del artículo 135, no perseguían consagrar el pago de la deuda dicho a la manera de los detractores de su nueva redacción, entre los que, por cierto, me incluyo. Más bien buscaba poder seguir aumentando dicha deuda cuando el país, sus servicios públicos y sus habitantes más lo necesitaban, y establecer la forma de poder hacerlo en un momento muy adverso.
Así, la Constitución pasaba a declarar que los créditos para satisfacer los intereses y el capital de la deuda pública de las Administraciones se entenderán siempre incluidos en el estado de gastos de sus presupuestos y que su pago “gozará de prioridad absoluta”. Empero, también a establecer con claridad que  “los límites de déficit estructural y de volumen de deuda pública sólo (y es este ‘solo’ el que presenta como perversa la reforma) podrán superarse en caso de catástrofes naturales, recesión económica o situaciones de emergencia extraordinaria que (…) perjudiquen considerablemente la situación financiera o la sostenibilidad económica o social del Estado. Esta salvedad tan esencial forma parte tanto del modelo socialista como del nuevo imaginario político que promulgan los emergentes de Podemos. El gran error del PSOE fue transigir con que dicha salvedad requiera ser apreciada por la mayoría absoluta de los miembros del Congreso de los Diputados, y no contemple su aplicación por la vía del Decreto de Gobierno. Los instigadores del cambio, la troika, los dueños del Capital, ya intuían el escenario  parlamentario que se avecinaba y por la vía del chantaje del ahogo presupuestario, bien lo sabe el pueblo griego, forzaron la modificación sin que el PSOE reclamara para el poder Ejecutivo dicha posibilidad, que sí seguía consagrada, sin embargo, para aplicar una feroz política de recortes y derechos, como bien ha venido demostrando el Partido Popular estos últimos cuatro años.
Y finalmente está el otro gran error, el principal pecado del socialismo español. Del Partido Socialista Obrero Español.  No haber sabido evitar ni poner freno a un sistema de élites corruptas que sí supo infiltrarse violentamente en la política. Al contrario, y a pesar de haber protagonizado de forma sobresaliente la transformación del Estado Español en mejor, más moderno y más justo desde el fin de la dictadura hasta hoy, el Partido Socialista, sus dirigentes -con la complacencia y/o displicencia de buena parte de sus bases- cayó en la trampa de creerse propietario del sistema, y no haber procurado las herramientas necesarias para que la ciudadanía se sintiera partícipe, como era y es, de tan prodigioso proceso. Un deterioro de lo cercano que no se evitó y que el pueblo ha percibido en forma de puertas giratorias, privilegios, abusos y, sobre todo, distanciamiento de la sociedad.
Es el reto actual del PSOE. Reconocer estos grandes errores, asumirlos tan propios como los aciertos que tanto han beneficiado a la sociedad española, y decidirse de una vez a entonar el mea culpa. A hacer propósito de enmienda, y cumplir la penitencia de recuperar los valores del socialismo y con ellos  la confianza mayoritaria de la ciudadanía. Es el momento de hacerlo. Los laboristas británicos están señalando el camino a seguir tras vivir el mismo proceso en sus propias filas. Si el PSOE no es capaz de emprenderlo ahora, es posible que nunca más pueda serlo. Si las élites del partido se empeñan en seguir apareciendo como una casta de poderosos en vez de como poderosos vertebradores y transformadores de la sociedad, el PSOE estará acabado.
No sus orígenes ni su historia. No los valores o las ambiciones del socialismo, el PSOE. Los españoles han estado demasiado tiempo “esperando al PSOE” desde que le dieran la espalda en 2011. Lo han hecho hasta con ansiedad. Pero el PSOE no ha sabido, todavía, volver a demostrar que está a la altura de su historia.
Si en 1977, cuando por fin regresó a la escena parlamentaria española, fue capaz de participar y propiciar el nuevo modelo de Estado Democrático y de Derecho postfranquista, como lo fue en 1982 de poner en marcha el Estado del Bienestar y hacerlo realidad, y en 2004, de reiniciar el proceso hacia más y mejores derechos y servicios, en 2015 y en un momento histórico como este tiene que volver a serlo.
La nueva izquierda, Podemos y los emergentes, como movimiento social y político, ha visto esa puerta abierta y, con toda legitimidad,  ha decidido entrar enarbolando y reivindicando como propios los valores del PSOE. Y el PSOE se percibe débil y más dispuesto a lamentarse de que otros reclamen y reivindiquen sus ‘valores de marca’ que a ser consciente del orgullo que esto supone y actuar en consecuencia.  Esa es la ‘emergencia’ del PSOE.