(Publicado en rebeldía.es)
Se acusa en ocasiones al Partido
Socialista Obrero Español de haber traicionado a la clase trabajadora y ser cómplice de no sé qué oscura maquinación
para crear, sostener e incluso ‘poseer’ los cimientos del denominado
despectivamente ‘régimen del 78’.
A la muerte
de Franco, a solo 25 años del nuevo milenio, España vivía en una clara
situación de subdesarrollo democrático, económico, social y sobre todo cultural
dentro de una Europa de la que forma parte histórica desde los primeros
tiempos. Era el resultado de treinta y nueve años de feroz dictadura impuesta a
sangre y fuego y sostenida con armas y miedo. Solo la propia vida del asesino general
puso fin a esos tenebrosos años de “cierta placidez”, como alevosamente los
catalogó un infausto ex ministro del Interior -por supuesto- del Partido
Popular y de un Gabinete presidido por José Mª Aznar.
Es cierto, quién
podría negarlo, lo que aseguran dirigentes y militantes de Podemos: que la
Democracia no es obra solo de los políticos, que lo es también del entusiasmo
de las clases medias y trabajadoras durante todos los años pasados desde aquel
noviembre de 1975 hasta el comienzo de la última, devastadora y actual crisis económica y
social.
No es
cierto, empero, como argumentan torticeramente los más irresponsables e
insolidarios dirigentes del Partido Popular y su caterva de tertulianos a
sueldo -la claque-, que cada vez que han gobernado los socialistas España
quedara “hecha unos zorros” por el despilfarro. Y no es de recibo que los que
pretenden reclamarse herederos en vida de las esencias del Partido Socialista,
Podemos, compren ese discurso a la vez que reclaman derechos de uso y dan por
cierta semejante ignominia.
Una vez
aprobada la Constitución del nuevo régimen, cimentados los pilares de
sistema que devolvió a España la condición de Estado Democrático de Derecho, lo
tocó al PSOE el mandato popular de construir y legislar un nuevo país y una
nueva sociedad. Ocurrió, primero, entre 1982 y 1996. Catorce años esenciales para
que España fuera el modelo de sociedad que históricamente se había venido
fraguando en nuestro entorno, y que aquí fue frenado bruscamente por las armas
en 1936. Y por ser el que los españoles decidieron hasta cuatro veces
consecutivas, fue el Partido Socialista el que pilotó ese tránsito desde la
España franquista a la del siglo XXI. Hasta aquellos momentos, el desaguisado
estructural del país era tal, económica, social y hasta moralmente, que todo lo
ocurrido en esos años, con sus luces y sus sombras, que las hubo, supone en sí
mismo un capítulo completo de nuestra historia moderna. Tanto es así, que, por
ejemplo, los dos millones de parados que tanto se reprochan y había al
finalizar los mandatos de Felipe González hubiesen sido 10 millones -tal vez
más- sin la transformación de España pilotada por el PSOE, a merced de cuyas
mayorías parlamentarias se forjaron y afianzaron los pilares del nuevo Estado
basado en la libertad, la democracia y la igualdad y que se metabolizaron en
derechos educativos y sanitarios, sistema de pensiones, protección social, y
corresponsabilidad ciudadana.
Podría haber
sido otro partido, sí, pero fue el PSOE; y lo fue porque así lo decidió el
pueblo español. Hasta que en las elecciones del 3 de marzo de 1996, los
españoles decidieron legítima y democráticamente que el PSOE entregara el
testigo del poder a la derecha representada por el Partido Popular a ver qué
tal lo hacía y si era capaz de mejorarlo. Porque ciertamente, el sistema aún
era muy mejorable y el socialismo empezaba a acusar síntomas de desgaste sin
haber llegado, todavía, al listón de nuestros vecinos europeos.
Pero el PP
desechó esta oportunidad y durante ocho años renunció a tirar del carro de la
transformación. Dos largas legislaturas de mayoría parlamentaria de la derecha
y gobiernos del Partido Popular sirvieron para frenar todo avance social o
conquista de nuevos derechos de ciudadanía. Ocho años que el PP y sus aliados
aprovecharon para tomar y gestionar,
en su peculiar estilo, un auténtico Estado del Bienestar (no, el de 1982 aún no
lo era) que recibía de los socialistas recién construido y todavía en desarrollo. Aznar, sus gobierno
y sus alianzas y estrategias parlamentarias optaron, a pesar de presumir de
todo lo contrario, por muy poca política económica y mucha política fiscal. Se
limitaron a ‘capturar’ el nuevo sistema y ponderarlo
a beneficio de las élites económicas, empresariales y eclesiásticas, a las que
Aznar asemejaba hipócritamente como las
grandes abandonadas y damnificadas del socialismo. Una élites que no podían
quejarse del desarrollo y crecimiento logrado durante 14 años de gobiernos
socialistas, pero que recibieron sin rubor alguno de Aznar el control directo o
indirecto del Estado cual concesionaria transformadora de derechos en
“servicios básicos” y artículos de consumo. Un modelo basado exclusivamente en
la gestión y sin ambiciones para la ciudadanía.
Solo la
llegada de José Luis Rodríguez Zapatero volvió a poner en marcha la locomotora
de la transformación social, y España recuperó el ritmo para avanzar en más y
mejores derechos y servicios para las personas, para toda la sociedad. A seguir,
en cierto modo, el itinerario socialista interrumpido por la democrática y
destemplada irrupción de la derecha en el
poder ejecutivo y legislativo (y
también judicial, en gran parte por responsabilidad del propio PSOE).
Zapatero sí optó por retomar el itinerario socialista y regresar a
un modelo de adquisición de derechos y otro
tipo de comportamientos gubernamentales. Desde ordenar el regreso de las tropas de Irak en su primera semana de mandato, a subir
-de verdad y sin insultar a la inteligencia de los españoles- las pensiones mínimas y el salario mínimo interprofesional. Promover y lograr el
apoyo parlamentario para la Ley de Igualdad, el Matrimonio Igualitario
o la Ley de
Identidad de Género que abrió la puerta de la
sociedad a las olvidadas y marginadas personas transexuales. Además, la
Ley de
Reproducción Asistida con
una regulación favorable a la investigación con células madre, anatema para una
Iglesia que había recuperado su mermado ascendente autoritario durante el aznarato. Consensuar también, pues no olvidemos que
Zapatero nunca gozó de las mayorías absolutas o pactos de legislaturas que sí
tuvieron José Mª Aznar o el propio Felipe González, una Ley integral contra la Violencia de Género.
Durante las dos legislaturas de gobiernos de Zapatero y mayoría
socialista en las Cortes, es decir, con el mandato recibido por el PSOE de
llevar la iniciativa legislativa, España logró disponer de una televisión pública e independiente y financiada por el Estado, recuperó la política de ir
reduciendo la financiación pública a la Iglesia y se introdujo la Educación para la Ciudadanía. Avances, todos ellos,
necesarios en el modelo de sociedad que defiende el socialismo español.
Con el PSOE y con Zapatero
al frente, España retornó al “buen tono” en la política exterior y a mirar con respeto a nuestros vecinos del mundo,
apoyando la reforma de la ONU y
promoviendo una Alianza de
Civilizaciones y una Alianza contra
el Hambre cuyos meros conceptos atemorizan a los grandes poderes fácticos
que manifestaron su pánico en forma de burla y menosprecio. Regresó, tras el
parón de los años de Aznar, al aumento sostenido del porcentaje del PIB
destinado a la Ayuda al Desarrollo,
siempre insuficiente, y a la regularización de personas inmigrantes para
integrarlas en el modelo de sociedad que promueven los ideales socialistas y que
solo discuten los egoístas.
Una sociedad que a través
de su Gobierno abordó sin subterfugios ni negadas concesiones el diálogo con
ETA, y tuvo la suerte de ver el fin de su actividad armada. Que se atrevió,
como algunos reclaman ahora como idea propia, a poner sobre la mesa el encaje
territorial y político de las diferentes regiones de España y sobre todo, de
sus diferencias históricas y culturales. Que supo así frenar el envite fuera de
tono del Plan Ibarretxe, sin traumas para el nacionalismo vasco y sin alimentar
disociaciones entre vascos y españoles. Que propició un valiente nuevo Estatut para Catalunya, frenado abruptamente
por un recurso del Partido Popular que ninguneó el acuerdo mayoritario de los
españoles expresado a través de sus Cortes y, es más, ratificado en referéndum
por los propios catalanes.
Zapatero se afanó también
en las asignaturas pendientes de la nueva sociedad española nacida tras el fin
de la dictadura. Entendió llegado (y aviesamente retrasado por el PP) el
momento de promulgar la necesaria y aún pendiente de cumplir Ley de Memoria Histórica, y hacerla visible con gestos como la
devolución de los archivos de Salamanca, sin que estos hayan dejado de ser
patrimonio de todos los españoles, o promover la retirada de los símbolos
franquistas de nuestras calles, plazas y edificios públicos.
Y sobre todo,
fueron los de Zapatero los que lideraron la aprobación de la Ley de Dependencia,
el cuarto pilar del Estado del Bienestar que los anteriores gobiernos
socialistas no tuvieron ocasión de establecer y apuntalar antes de perder las
elecciones de 1996. Pilar que nunca fue un objetivo para la derecha, ni por ser
un derecho pendiente de y para los españoles. Un derecho tan indiscutible que,
incluso habiéndolo boicoteado claramente al recuperar el poder, ningún partido
de la derecha osó rechazar cuando se sometió el referendo de las cámaras
legislativas.
También fueron gobiernos
socialistas los que no dudaron aprovechar el crecimiento económico y los años
de bonanza para promover iniciativas como el injuriosamente denostado Plan E,
que, con sus luces y sus (muchas) sombras, respondía al justo reparto de la
riqueza común que promueven los ideales socialistas, mediante algo tan simple
como destinar parte del superávit presupuestario a la contratación de personas
sin empleo que pudieran así disponer de un sueldo -aunque fuera eventualmente- y
poder cotizar para sus pensiones y prestaciones sociales. O destinar grandes
cantidades de ese superávit para ir llenando la llamada hucha de las pensiones. Poner el dinero de todos al servicio de
todos.
Quiero decir con todo lo
anterior que el Partido Socialista nunca ha renunciado a sus ideales, y que lo
ha demostrado de forma indiscutible dando pasos firmes y decididos a seguir
transformando la nuestra en una sociedad mejor.
Además, y por más que
algunos proyecten un tótum revolútum tan maniqueo como interesado, durante los
años de mayorías socialistas lideradas por Zapatero, no se alcanzó el actual
estado de degeneración democrática. No es que no hubiera casos de corrupción y
que estos no afectaran también al PSOE. Es que la actual sensación de impunidad
es fruto de la forma en que el Partido Popular convive con ellos cuando está en
el poder, logrando que parezca una situación idiosincrática en nuestro país.
¿En qué ha fallado entonces
el socialismo?
En primer lugar en no haber
sabido retener la confianza de los españoles cuando la cosa se puso difícil, y
no haber evitado que la sociedad española no discierna con claridad el modelo
del PSOE frente al del Partido Popular. Que los votantes no hayan metabolizado
que con mayorías socialistas se avanzaba, con más menos ritmo, hacia el modelo
de Estado al que todos aspiramos. Al que, como los socialistas, aspiran las
fuerzas emergentes al lado izquierdo de la ideología. El que preconizan y
encomian los miembros de Podemos acusando falsamente a los socialistas de haber
dejado de hacerlo.
El Partido Socialista ha
estado a la altura en los momentos que forjan la historia de un país y una
sociedad.
Hemos entrado en un nuevo tiempo.
Un momento en que la sociedad exige nuevas y urgentes respuestas para empoderar
a la ciudadanía en un sistema que se resquebraja y que pide ser reprogramado.
Comenzó en 2007, y como en 1982 y otros tantos momentos históricos, encamina a
la sociedad en un nuevo proceso de transformación.
Creo que los Gobiernos de
Zapatero, con sus errores, y como antes lo hicieron los de Felipe González,
obraron con responsabilidad en el contexto que les tocó gestionar.
Decisiones impopulares como
la modificación de la Constitución, el ‘comodín’ del artículo 135, no
perseguían consagrar el pago de la deuda dicho a la manera de los detractores
de su nueva redacción, entre los que, por cierto, me incluyo. Más bien buscaba
poder seguir aumentando dicha deuda cuando el país, sus servicios públicos y
sus habitantes más lo necesitaban, y establecer la forma de poder hacerlo en un
momento muy adverso.
Así, la Constitución pasaba
a declarar que los créditos para satisfacer los intereses y el capital de la
deuda pública de las Administraciones se entenderán siempre incluidos en el
estado de gastos de sus presupuestos y que su pago “gozará de prioridad absoluta”.
Empero, también a establecer con claridad que “los límites de déficit estructural y de volumen de
deuda pública sólo (y es este ‘solo’ el que presenta como perversa la reforma) podrán superarse en caso de catástrofes
naturales, recesión económica o situaciones de emergencia extraordinaria que
(…) perjudiquen considerablemente la situación financiera o la sostenibilidad
económica o social del Estado. Esta salvedad tan esencial forma
parte tanto del modelo socialista como del nuevo imaginario político que
promulgan los emergentes de Podemos. El gran error del PSOE fue transigir con
que dicha salvedad requiera ser apreciada
por la mayoría absoluta de los miembros del Congreso de los Diputados, y no
contemple su aplicación por la vía del Decreto de Gobierno. Los instigadores
del cambio, la troika, los dueños del Capital, ya intuían el escenario parlamentario que se avecinaba y por la vía
del chantaje del ahogo presupuestario, bien lo sabe el pueblo griego, forzaron la
modificación sin que el PSOE reclamara para el poder Ejecutivo dicha
posibilidad, que sí seguía consagrada, sin embargo, para aplicar una feroz política
de recortes y derechos, como bien ha venido demostrando el Partido Popular estos
últimos cuatro años.
Y
finalmente está el otro gran error, el principal pecado del socialismo español.
Del Partido Socialista Obrero Español.
No haber sabido evitar ni poner freno a un sistema de élites corruptas que
sí supo infiltrarse violentamente en la política. Al contrario, y a pesar de
haber protagonizado de forma sobresaliente la transformación del Estado Español
en mejor, más moderno y más justo desde el fin de la dictadura hasta hoy, el Partido
Socialista, sus dirigentes -con la complacencia y/o displicencia de buena parte
de sus bases- cayó en la trampa de creerse propietario del sistema, y no haber procurado
las herramientas necesarias para que la ciudadanía se sintiera partícipe, como
era y es, de tan prodigioso proceso. Un deterioro de lo cercano que no se evitó
y que el pueblo ha percibido en forma de puertas
giratorias, privilegios, abusos y, sobre todo, distanciamiento de la
sociedad.
Es el reto
actual del PSOE. Reconocer estos grandes errores, asumirlos tan propios como
los aciertos que tanto han beneficiado a la sociedad española, y decidirse de
una vez a entonar el mea culpa. A
hacer propósito de enmienda, y cumplir la penitencia de recuperar los valores
del socialismo y con ellos la confianza mayoritaria
de la ciudadanía. Es el momento de hacerlo. Los laboristas británicos están
señalando el camino a seguir tras vivir el mismo proceso en sus propias filas. Si
el PSOE no es capaz de emprenderlo ahora, es posible que nunca más pueda serlo.
Si las élites del partido se empeñan en seguir apareciendo como una casta de
poderosos en vez de como poderosos vertebradores y transformadores de la
sociedad, el PSOE estará acabado.
No sus
orígenes ni su historia. No los valores o las ambiciones del socialismo, el
PSOE. Los españoles han estado demasiado tiempo “esperando al PSOE” desde que
le dieran la espalda en 2011. Lo han hecho hasta con ansiedad. Pero el PSOE no
ha sabido, todavía, volver a demostrar que está a la altura de su historia.
Si en
1977, cuando por fin regresó a la escena parlamentaria española, fue capaz de participar
y propiciar el nuevo modelo de Estado Democrático y de Derecho postfranquista,
como lo fue en 1982 de poner en marcha el Estado del Bienestar y hacerlo
realidad, y en 2004, de reiniciar el proceso hacia más y mejores derechos y
servicios, en 2015 y en un momento histórico como este tiene que volver a serlo.
La nueva
izquierda, Podemos y los emergentes,
como movimiento social y político, ha visto esa puerta abierta y, con toda
legitimidad, ha decidido entrar
enarbolando y reivindicando como propios los valores del PSOE. Y el PSOE se
percibe débil y más dispuesto a lamentarse de que otros reclamen y reivindiquen
sus ‘valores de marca’ que a ser consciente del orgullo que esto supone y
actuar en consecuencia. Esa es la ‘emergencia’
del PSOE.