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sábado, 6 de mayo de 2017

Hay partido; hay reto



 Publicado en Iris Pres Magazine

Admitámoslo. Hay partido. Para sorpresa de quienes pensamos que la mejor estrategia era no entrar al trapo de la beligerante campaña que reclama un  ajuste de cuentas a base de reproches, menosprecio e insidias capaces de poner en duda el propio socialismo de los compañeros del partido, lo cierto es que el carácter marrullero, desafiante y peleón de la campaña de Pedro Sánchez ha resultado ser un éxito. Sorprendente. Descorazonador.

Pero cierto.

Los 53.117 avales que la militancia socialista ha dado al dos veces perdedor de unas elecciones generales, y primer candidato rechazado por la Cámara Baja en una Sesión de Investidura, obliga a reflexionar con seriedad el camino que lleva al decisivo 39 Congreso del Partido Socialista Obrero Español.

El 26 de septiembre de 2016, Pedro Sánchez exigió ante los micrófonos de la Cadena Ser un partido socialista “cuya única voz fuera la de su secretario general”. Exigía para sí la última palabra por haber sido elegido en el proceso un militante un voto. Exigía decidir sin cuestionamientos y sin debate, porque el voto directo, en su forma de entender la democracia de partido, inviste caudillos sin derecho a réplica. Reclamó de quienes discrepaban de su opinión callar las propias, y negó el debate tanto a su Ejecutiva como al Comité Federal, al anunciar un plebiscito sobre su persona al que se denominó congreso exprés. A semejante desafío lo llamó, sin ambages, “debate ideológico”. En esta época de nuevas palabras, alumbró la posdemocracia en el PSOE.

Pedro Sánchez pidió a los miembros de su ejecutiva que transmutaran  de vocales a apóstoles. Y la mitad le dijo que no. Dimitieron. Pedro Sánchez lo llamó  “golpe” y se autoproclamó mártir de una conspiración fáctica de los enemigos del socialismo. Cuando unos día más tarde, el Comité Federal del PSOE, democrática, estatutaria y mayoritariamente también le dijo -a él- que no es no, se vio forzado a dimitir como secretario general del PSOE. Sánchez exhibió -con tan notable como sorpresivo éxito- un impostado victimismo que, en solo unas semanas  obró en él el milagro del renacimiento político en cuyos brazos porta las nuevas tablas de la verdadera izquierda.

¿A Pedro Sánchez lo mataron? ¿O Pedro Sánchez se suicidó? Volver a esta cuestión es el innegable éxito de Pedro Sánchez en el primer asalto de estas Primarias. El 39 Congreso está contaminado de rencor y venganza. Algo más de 53.000 avales así lo avalan, valga la redundancia.

Durante estos largos siete meses, Sánchez y sus acólitos han derramado mares de lágrimas de no es no, porfiando que sin la abstención del PSOE, él sería hoy Presidente del Gobierno. Porque Pedro, el renacido, habría alcanzado un pacto para superar -esta vez sí- una segunda Sesión de Investidura. O porque, en el peor de los casos, sostienen, habría salido airoso y con las llaves de La Moncloa tras un tercer envite electoral.


Este miércoles, Luis Ángel Sanz y Francisco Pascual lograron que el escurridizo Sánchez, huido durante meses de los medios de comunicación y refugiado en el plácido, familiar y administrable entorno 2.0 de Twitter, Facebook y YouTube, respondiera las preguntas claves sobre las que sustenta su beligerante campaña por el trono de hierro socialista.

“¿Qué habría pasado si no hubiese sido derrocado, como dice?”, le preguntan los periodistas de El Mundo. Sánchez, gratia plena, responde sin dudar: “¡Habría habido un Gobierno alternativo!”. “¿Con qué apoyos?”, repreguntan -era de cajón- Sanz y Pascual. Y Pedro Sánchez dice: “¡Con Podemos y Ciudadanos!”

“¿Qué le hace pensar eso?”, tercera pregunta de libro de los entrevistadores. Y Sánchez: “Ciudadanos no quería ir a terceras elecciones”. De dónde saca Pedro Sánchez que Ciudadanos hubiera firmado con Podemos antes de ir a terceras elecciones sigue siendo un misterio, pues solo faltó que Rivera explicara en latín su negativa al entonces aún líder  socialista. Añade: “Pablo Iglesias no podía permitirse votar dos veces en contra de un candidato alternativo a Rajoy”. ¿En qué mundo vive Pedro Sánchez? Iglesias -al contrario de lo que argumenta el primer candidato socialista que pierde estrepitosamente dos elecciones generales, no dimite y encima se pide otra- lo que sí que podía permitirse esta vez era apoyar a Pedro Sánchez en la Sesión de Investidura, a sabiendas de que nacía, indubitadamente, fallida. No había votos de Ciudadanos, y Pedro Sánchez no podía ofrecer el acuerdo fuera de la Constitución que los independentistas catalanes reclamaban para ungirle Presidente.

Rivera, como Iglesias, como Rajoy, como los partidos independentistas y, sobre todo, como los 17 dimisionarios de la Comisión Ejecutiva y la mayoría del Comité Federal que le paró los pies el 1 de Octubre, sabían que una segunda Sesión de Investidura fallida de Pedro Sánchez y, con o sin ella, la convocatoria de terceras elecciones favorecía a todos los partidos del arco parlamentario menos al PSOE. Era una estrategia letal para el PSOE. Seguir aún en este debate denota una preocupante inmadurez en quien lo propone. Pero también en quienes no han/hemos sido capaces de cerrarlo a estas alturas.

En la realidad paralela de Pedro Sánchez y sus sargentos (aún no salgo de mi asombro al ver entre ellos a personas a las que tanto aprecio y admiro), Sánchez insiste ante los periodistas de El Mundo: “En el extremo de que hubiéramos ido a terceras, el PP y el PSOE hubieran salido reforzados. Nosotros hubiéramos tenido más de 100 diputados.” Sánchez está convencido de que presentarse por tercera vez después de haber sido claramente rechazado las dos anteriores por el electorado y las propias Cortes Generales, le habría reforzado en las urnas. Pero su currículo como líder del PSOE era, con confrontación interna o sin ella, exactamente el mismo del 20 de diciembre de 2015, día de su primer fracaso electoral frente a un PP que ya venía corrompido de casa, que sumaba cuatro años seguidos mermando libertades, derechos y prestaciones a los españoles, y cuyo líder, aún habiendo mandado el famoso  y manido "Luis, sé fuerte", obtuvo 2.481.476 votos más que el PSOE de Pedro Sánchez. Haberle plantado cara al establishment socialista y al mismísimo Felipe González, o haber sido valiente y aguerrido de las puertas de Ferraz 70 hacia dentro, no cambiaba su perfil electoral. Estas eran sus credenciales de haberse convocado terceras elecciones. Y con ellas, como confirmó este miércoles a Luis Ángel Sanz y Francisco Pascual, concurre a las inminentes Primarias socialistas.

Los socialistas -ahora que todos se sienten con el derecho a hablar en nombre de todos, yo no voy a ser menos- aman a su partido. Lo hacen porque aman a su país. Y por encima de todo, porque aman a su prójimo. Por ello son socialistas, y por ello militan en el PSOE. Porque buscan y desean lo mejor para todos.

Pedro Sánchez, como este viernes le ha reprochado un sensatísimo Patxi López, exige del 39 Congreso ¿justicia? por lo que le ocurrió el 1 de Octubre, y que, con ella obtenida, le dejen dar una vueltecita más. Y hay miles que apoyan su demanda.

El reto de los socialistas es armar el discurso y la estrategia de un futuro al que el PSOE está llegando ya con retraso, pero que está obligado a construir. Pedro Sánchez vive en una ucronía que le impide entender que ese es el reto. Y eso, para el que esto firma, le incapacita como líder -pasado, presente o futuro- del PSOE. Y de España. No puedo entender su innegable éxito en la recogida de avales.



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lunes, 5 de diciembre de 2016

Guerra: “Los populistas no quieren que haya ricos, y los socialistas lo que queremos es que no haya pobres”




Publicado en El Socialista Digital

Alfonso Guerra, presidente de la Fundación Pablo Iglesias ex número dos del PSOE entre 1979 y 1997 y diputado en el Congreso desde 1977 hasta 2015, ofreció ayer en Gijón lo que en el mundo académico se define como una “lección magistral” sobre la historia, el pasado reciente y, también, el futuro del socialismo español. Guerra advirtió contra el desánimo en las bases socialistas y describió, con crudeza pero sin pesimismo, una situación política en la que impera el populismo fácil alimentado interesadamente desde las cadenas de televisión, y en la que los socialistas están llamados a “cambiar de estrategia” ante la nueva realidad socioeconómica sin perder de vista los principios sobre los que nació el PSOE hace 137 años, especialmente, dijo, “en aquellos centrados en la libertad y la igualdad”.
Alfonso Guerra nunca defrauda, y ayer volvió a demostrarlo ante el auditorio asturiano que contó con él como plato fuerte en un almuerzo celebrado en Gijón para celebrar el 125 aniversario de la agrupación de esa localidad.
Guerra, que comenzó su disertación sobre la historia, el pasado, el presente y el futuro del socialismo, recordando cómo relató el histórico periódico El Socialista, el nacimiento de la agrupación gijonesa, y lo hizo, con un ejemplar del mismo bajo el brazo, advirtió de la necesidad que, como los asistentes al acto, tienen los socialistas de “escuchar sin prejuicios y emitir palabras sinceras”, frente al discurso de algunas nuevas fuerzas políticas a las que describió, con ese humor socarrón que siempre le ha caracterizado, como sietemesinos comparados con el más que centenario Partido Socialista.
Así, el presidente de la Fundación que lleva el nombre del fundador del PSOE, recordó que a finales del siglo XIX, España vivía con unos contrastes sociales tremendos, muchos más graves que los que hoy se viven, de injusticias insoportables, y que “la vida de los campesinos era infrahumana, pues trabajaban de sol a sol” -lo que describió como unos de los primeros logros sindicales, porque antes trabajaban “de luz a luz, que era mucho peor, “malvivían en infraviviendas sin condiciones de habitabilidad, carecían de prestaciones sociales, y no había participación en la vida política para los trabajadores y los campesinos”. “Fue en ese contexto”, recordó Guerra, “que Pablo Iglesias y un grupo de compañeros fundaron el PSOE hace 137 años”, y desde entonces, “la sociedad española y el partido socialista han caminado en una trayectoria paralela”.
También recordó que, precisamente mañana [por hoy, 5 de diciembre], “se cumplen 40 años del XXVII congreso de nuestro partido, al que asistieron líderes como Willy Brandt y el asesinado Olof Palme, y que fue entonces cuando el PSOE inauguró la que llamó “una técnica de conquista de parcelas de libertad” que, en la práctica, supuso el “inicio real de la Transición”. Guerra destacó de esa etapa la disposición del PSOE a colaborar en la “construcción de una sociedad libre y democrática”, cuyo mayor exponente sería la Constitución Española de 1978, “que da lugar a una etapa de libertad y prosperidad desconocida en nuestra historia”, y que el veterano dirigente lamentó ver cómo hay quien ahora “dispara contra esa operación en la que el PSOE fue gran protagonista”.
En este sentido, Alfonso Guerra cargó contra quienes aseguran que “no les gusta aquel paso de la dictadura a la democracia y hablan de una segunda transición”, por lo que se preguntó que si aquella tras la muerte de Franco fue un tránsito de la dictadura a la democracia, “adónde quieren llevarnos”, para concluir que, “posiblemente, a un nuevo régimen con más similitudes al anterior que al actual”.
El ex diputado por Sevilla desde la I Legislatura hasta 2015, recordó también el importante paso del PSOE por la gestión municipal desde los primeros años de la democracia, lo que para él fue la clave para llegar al triunfo de las elecciones de 1982, cuando el partido sentó a 202 diputados en la Carrera de San Jerónimo e inició la que describió como la “transformación total de España” y la era “de las grandes universalizaciones”, como la sanidad, la educación o el sistema de pensiones. Guerra recordó también que durante el paréntesis de 1996 a 2004, el Partido Popular se dedicó hacer justamente lo contrario, y que hubo que esperar a que llegara de nuevo el PSOE al Gobierno para que los españoles volvieran a avanzar en derechos y libertades.
“LA MODERNIZACIÓN NO PUEDE HACERSE DESDE EL ADANISMO POLÍTICO”
Un resumen necesario el esbozado por Alfonso Guerra, “para saber qué ha pasado en España y qué debemos conocer, porque las respuestas que nosotros demos van ser muy importantes para las nuevas generaciones”. Por ello, reclamó de los militantes y dirigentes socialistas “mirar hacia fuera, y no ensimismarse mirando hacia dentro”. Porque, según advirtió al auditorio de medio millar de socialistas gijonenses, “somos herederos y estamos al final de una larguísima fila”. “Las tareas de modernización”, aseguró, “no pueden hacerse desde el adanismo, pensando que todo es nuevo”.
“El mundo ha cambiado mucho”, reconoció, recordando que, por ejemplo, en 1945 el movimiento obrero conquistó el derecho a las prestaciones sociales “como contraprestación al derecho empresarial a los beneficios”, momento en el que situó el nacimiento del Estado del Bienestar. Sin embargo, Guerra recordó que ya en 1972, con la primera crisis del petróleo, comenzaron a cuestionarse las prestaciones sociales, y que cuando se hundió la URSS, “lo que llamaron el fin de la historia”, algunos creyeron que ya no era necesaria más lucha por el triunfo del capitalismo liberal, y que todo serían democracias pujantes; que los que venían del comunismo se transformarían en países muy desarrollados y muy justos, pero que la realidad demostró lo falso de tal argumento al darse de bruces con la guerra étnica de la extinta Yugoslavia, demostrando que no estaba tan claro que fuera tal “el fin de la historia”.
Asimismo, Guerra constató que la revolución tecnológica o la globalización de la economía parecieron algo muy bueno para el desarrollo de las naciones, y admitió que “lo habrá sido para incrementar los comercios, y el intercambio de valores, pero no lo para la Igualdad, sino que lo que ha crecido es la desigualdad”. “En cuanto el capitalismo se ha vuelto financiero”, dijo, “ya no quiere saber de las condiciones de los trabajadores”.
“Y ante esto”, se preguntó, “¿qué tenemos que hacer los socialistas? ¿Cambiar nuestras propuestas?”. Para Guerra, “en parte sí y en parte no”, y recordó las palabras de John Maynard Keynes, “ese gran economista al que siempre acudimos los socialistas”, quien dijo que “cuando los hechos cambian, yo cambio de opinión. ¿Y usted qué hace?”.
CAMBIAR LA ESTRATEGIA SIN PERDER DE VISTA LOS PRINCIPIOS EN UN CONTEXTO “AHÍTO DE INFORMACIÓN Y AYUNO DE CONOCMIENTOS”
“El socialismo tiene que cambiar en cuanto a la estrategia a seguir, pero no en cuanto a los principios a defender, sobre todos en aquellos centrados en la libertad y la igualdad”, respondió Guerra. “Parece que la socialdemocracia europea no se ha percatado de esto, pero se confió en que la revolución tecnológica crearía muchos puestos de trabajo, y no ha sido así. Por eso”, aventuró, “la tendencia será a la reducción y al reparto del tiempo de trabajo. Iremos a cuatro días de trabajo a la semana porque eso facilitará extender el empleo a muchos otros”.
El presidente de la Fundación Pablo Iglesias llamó también la atención sobre el hecho de que “ha cambiado el enemigo”. Mientras en el XIX era “el empresario explotador, ya no es así, pues ahora son los grandes grupos financieros internacionales”. Si entonces “la religión era el opio del pueblo, ahora es la información”, advirtió.
“Estamos ahítos de información y ayunos de conocimiento”, una realidad en la que Guerra sitúa el triunfo de los populismos, “variados en cuanto a su origen, pero poco variados ideológicamente”. Por ejemplo, dijo, “hay populismo en aquellos gobiernos o partidos que quieren gobernar atendiendo a las encuestas, que dan respuesta a sectores de la sociedad, pero no la Sociedad”.
Para diferenciar entre el populismo y el socialismo, Guerra definió una regla que permite hacer una clara distinción: “los populistas no quieren que haya ricos, y los socialistas lo que queremos es que no haya pobres”. La aparición de la que definió como la izquierda regresiva, “que se pone etiqueta de izquierda pero es totalmente regresiva frente a la izquierda progresista, los populismos, la xenofobia, los autócratas…”, sitúan el socialismo en un plano muy complicado, aseguró. Pero “debemos dejar de lamentarlos y construir un mundo mejor. Combatir por la libertad y la justicia social, contra la corrupción y hacer que Europa sea eficaz”.
En un panorama internacional en el que EEUU elige presidente a un personaje como Donald Trump, en el que otro como Putin gobierna en Rusia, y en el que no es descartable que Francia caiga en manos de la ultraderechista Marie Le Pen, Guerra considera necesario recordar que “creímos aquello de que Hitler o Mussolini no volverían, pero vuelven”, advirtió. “Y tenemos que luchar contra eso. Y hacerlo con esperanza y con entusiasmo”.
ACTUAR CON LA RAZÓN Y NO CON LA EMOCIÓN
“La izquierda se preocupa mucho tener modelos”, afirmo Guerra, “pero lo importante es tener un proyecto para la nación” reclamó. Por ello aseguró que no hay que tener miedo a hablar con todos. “Cuando uno tiene convicciones no teme entrar en la gruta del dragón”, afirmó, “por eso siempre hemos mantenido los principios negociando con unos y con otros”. En este sentido, recordó que Largo Caballero negoció “hasta con la dictadura de Primo de Rivera”, o que la colaboración con los partidos republicanos, “que eran los partidos burgueses”, en lo que se llamó el bienio rojo, no logró “una república de clases, sino de colaboración de clases”. Y que tras el bienio negro de gobierno de las derechas en la Segunda República, surgió el Frente Popular en el que el PSOE negoció con anarquistas y comunistas. Guerra equiparó aquellos acuerdos con los logrados en la Transición, cuando el PSOE, “en beneficio de la democracia y de la libertad de todos”, negoció con los que procedían de la dictadura, y recordó que el venerado Adolfo Suárez había sido Secretario general del Movimiento, “pero que los socialistas vimos la necesidad de negociar, porque siempre hay que hacerlo preservando los principios y favoreciendo a la población más necesitada”. Oponerse a todo, advirtió, “es actuar con la emoción y no con la razón y, aunque los sentimientos son muy importantes en la vida de las personas, a la hora de negociar lo que tiene que primar en la razón”.
Recuerdos de momentos históricos que tuvieron como protagonista esencial al Partido Socialista y que sirvieron a Alfonso Aguerra para enlazar con la situación actual en España. “Ahora se hace Oposición, que es controlar al Gobierno”, afirmó, “pero también es acordar”. Y puso como ejemplos que solo en los últimos días, se ha logrado una importante subida del 8 % en el Salario Mínimo Interprofesional, se ha paralizado la LOMCE y se han puesto las bases para un gran pacto por la Educación. Se ha comenzado a enterrar la ley mordaza, y se ha logrado que el Gobierno aumente su previsión sobre el techo de gasto. “Eso es también hacer Oposición”, aseguró el veterano ex diputado sevillano.
LOS RETOS DEL PSOE ANTE LOS NUEVOS PARTIDOS “SUPREMACISTAS”
Para seguir en esa senda de logros para todos, Guerra aseguró que “el PSOE tiene que fundamentar su trabajo en la democracia y en la disciplina democrática”, y rechazó, sin querer citar a nadie, aunque en la sala nadie tuvo dudas de a quiénes se refería, a los que “exigen votarlo todo, pero si no sale lo que ellos quieren, entonces el voto no vale y no se respeta”.
A este respecto, el ex número dos socialista lamentó que se haya “perdido el sentido de la responsabilidad y que la gente vote emocionalmente, pero sin mirar las consecuencias”, por lo que aseguró que en eso, los socialistas tienen que ser muy combativos. “Los problemas no desaparecen por ignorarlos. Si los partidos nuevos son autócratas y encierran un peligro para la democracia, no podemos ignorarlos, hay que combatirlos”. Guerra aseguró que quien actúa con una “superioridad moral, los supremacistas, son partidos contra el sistema democrático”.
Por ejemplo, lamentó que los medios de comunicación no reflexionaran tras las recientes elecciones en Euskadi sobre el hecho de que EH Bildu haya doblado en diputados tanto al PP como al PSE-EE, sobre todo teniendo en cuenta que durante muchos años estos partidos “pusieron los muertos y los otros pusieron a los asesinos”. “¿Cómo es posible que la sociedad vasca haya dado el doble de diputados a los que mataban que a los que fueron asesinados?” Guerra consideró “impresionante” la ausencia de comentarios en los medios a este respecto y concluyó que “algo tiene de enfermedad esta sociedad que legitima esto”.
De igual forma se quejó de que “los rufianes” puedan permitirse el lujo de acusar al PSOE de ser “socialtraidores” sin que se generara un movimiento unánime de condena a semejantes palabras dentro del PSOE. “Debemos un respeto a quienes crearon el partido”, reclamó Guerra, quien pidió “rebelarse contra los rufianes de la política”, sobre todo porque “el que actúa como un matón en un set de televisión parece tener seguro un puesto en el Congreso, y el que actúa como un matón en el Congreso tiene enseguida a un set de televisión para él”. Sobre esto, preguntó cómo se entiende que “dos cadenas de TV estén al servicio de Unidos Podemos y de los rufianes”. Y él mismo contestó que hay un acuerdo de la derecha para que esto sea así, porque estos partidos y esos dirigentes “son la garantía de que gobierne la derecha”. Siempre que se divide a la izquierda, gobierna la derecha”, remachó.
LOS NACIONALISMOS DESTRUYEN NACIONES Y LOS POPULISTAS LEVANTAN MUROS
Para finalizar su disertación, Alfonso Guerra aseguró que “los nacionalismo destruyen las naciones, y los populistas quieren levantar muros. La realidad es que no hay populistas de derechas o de izquierdas, son meras etiquetas”.
El ex dirigente federal advirtió también que cuando, a pesar de la propaganda de la derecha, ni siquiera hemos salido de la crisis, la reforma de la Constitución no lo arregla todo”, por lo que consideró conveniente dejar de hablar de la reforma de la Constitución y comenzar a hacerlo de “reformas en la Constitución; de cosas concretas que se pueden hacer y se deben hacer”, y alejarse de quienes quieren “ponerla en causa”. Por ejemplo, renegó que aquellos que defienden la “falsa idea” de que España es una nación de naciones. “El concepto de nación está ligado al concepto de soberanía, y la soberanía debe ser de todos los españoles”, aseguro, al tiempo que manifestó su preocupación porque ese “veneno” llegue los socialistas. “Nacionalismo y socialismo son incompatibles, lo diga quien lo diga”, sentenció.
Guerra cerró su discurso recordando que “las grandes proclamas no producen nada” y exigió claridad en el discurso socialista. “¡Fuera ambigüedades!”, exigió ante los presentes. “Seamos claros siempre. Hagamos mejores administraciones, una legislación unificada, infraestructuras, energía, transportes, comunicaciones… que son una predistribución de la riqueza. Demos solución a los problemas de las pensiones, los impuestos… Hagamos políticas con sentido común y demos esperanza, porque no puede ser todo negativo”.
Por último, Guerra advirtió que “el odio a la derecha no puede ser el programa del PSOE, por muchos méritos que haga para ese odio”. Pidió a los socialistas cambiar el discurso en cuanto adonde se dirige, para no hacer un discurso de minorías. “Naturalmente”, dijo, “hay que salvaguardar los derechos de las minorías, pero no se trata de contentar solo a unos sectores, hay que ir a un discurso de mayorías preservando los derechos de todos”. Para Alfonso Guerra, esta será “la única manera de reconquistar el apoyo de la sociedad para cambiar las cosas. 125 años después” (en referencia al aniversario del PSOE de Gijón), tenemos que seguir siendo fieles, con orgullo de lo que decían los que fundaron este partido”.
Lo dicho, Guerra nunca defrauda, y la cerrada ovación con la que los que escucharon su discurso de casi una hora celebraron sus palabras fue, una vez más, una prueba de ello.

domingo, 30 de octubre de 2016

La heroicidad de Pedro Sánchez

Publicado también en Liverdades

En ocasiones, demasiadas, tras un presunto (presuntuoso) acto de valor se esconde la más tamaña y abyecta cobardía. El problema surge cuando los ilusionados espectadores aplauden y elevan a los altares a quienes protagonizan tan impostado coraje, incapaces de adivinar siquiera el miedo atroz que ocultan esos gestos de falsa heroicidad, y las desastrosas consecuencias que de ellos devienen.

 Si Pedro Sánchez realmente fuera un héroe de la democracia, el abanderado de las bases que -hay que reconocerle el mérito- ha logrado aparentar ante gran parte de la militancia socialista y de la ciudadanía en general, el 29 de septiembre hubiese convocado el Comité Federal del PSOE del 1 de Octubre para proponer a la dirección socialista la consulta a las bases que, en realidad, él -y no otros- les negó.

Sabía que esa propuesta era irrechazable. Como sabía que obtendría un apoyo mayoritario al impostado y falsario ‘No es NO’ que, a la hora de la verdad,  no tuvo el valor de llevar a las urnas de las agrupaciones socialistas.

Ya tras las elecciones del 20 de diciembre, Pedro Sánchez careció del valor suficiente para admitir que bajo su liderazgo el partido socialista no había logrado volver a seducir a su electorado. Mucho menos impedir  el avance de Podemos. Él mejor que nadie sabe que la irrupción de la formación morada fue la llave que abrió su despacho en Ferraz tras las últimas elecciones europeas y la dimisión de Alfredo Pérez Rubalcaba. También que esa fuerza atesora gran parte del electorado perdido por el PSOE. Pero en su ya impostada y falsaria heroicidad, Sánchez no dudó presentarse ante la militancia y el electorado socialista sacando pecho por unos vergonzantes resultados que se atrevió a calificar de ¡¡¡históricos!!! Y, a mayor inri, reclamó para su persona semejante éxito. Lo sorprendente, muy sorprendente, es la  ingente cantidad de militantes que decidieron comprar ese discurso y se sintieron orgullosos del secretario general desde aquella misma noche.

Aquellos resultados, realmente históricos –aunque por su catastrófico carácter para el socialismo español- brindaron entonces al PSOE, paradójicamente, una oportunidad única de articular una mayoría de Gobierno alternativa al Partido Popular, sustentada a la izquierda por Podemos e  Izquierda Unida y apoyada por el PNV. Una alternativa que no hubiese requerido más que la abstención de las ya beligerantes e independentistas ERC y CDC. Entonces, estas fuerzas no habían pisado aún a fondo el acelerador del denominado proceso de desconexión. Y hasta es probable que si Pedro Sánchez hubiese mostrado –entonces- el valor del que hizo gala cuando ya estaba todo perdido, tal vez nunca lo hubiesen pisado tan a fondo y se hubiese podido encauzar el innegable problema del encaje de Catalunya en el Estado Español.

En su hoy más que acreditada impostura, anunció –entonces- al Comité Federal del PSOE que iba a consultar a la militancia la que muchos creyeron sería una propuesta rupturista, de izquierdas y realmente valiente. Pero, ante el temor de que el “cordón sanitario” que separa a los denominados partidos constitucionalistas de la mayoría política catalana pesara demasiado para una militancia y una dirección que, además, aún no terminaban de ver con buenos ojos un pacto con el arrogante Pablo Iglesias, optó por levantarse cuando nadie miraba de la mesa de negociación con Podemos e IU y acordó con Albert Rivera, a escondidas, un infumable pacto de gobierno condenado al fracaso, que entregaba a Ciudadanos las decisiones en materia económica y laboral, y renunciaba a las grandes reformas comprometidas por el PSOE en su programa electoral. Y eso fue, y no lo que se podía haber esperado, lo que sometió a consulta de las bases con una estrambótica pregunta que lo mismo servía para gobernar con Rivera que con Vladimir Putin. Decepcionante y poco valeroso Sánchez, pero como todo en su corta carrera como líder, sorprendentemente audaz y aparentemente exitoso.

El pacto con Albert Rivera no incluía la derogación de la reforma laboral del PP. O de la maléfica Ley Wert. Ni de la protofascista Ley Mordaza del opusino Fernández Díaz. Siquiera una propuesta de reforma fiscal mínimamente asumible para la izquierda. En su arrogante vanidad, Sánchez cayó presa de los cantos de sirena de Rivera y llegó a creer que la mera posibilidad de acabar con el Gobierno de Rajoy sería  una propuesta que el resto de partidos “no podrían rechazar”. El resultado de su falso arrojo es, como todos sabemos, la historia de cómo Pedro Sánchez fue el primer candidato a Presidente de Gobierno rechazado por el Congreso desde la restauración de la Democracia en España. Y, como consecuencia, de cómo Pedro Sánchez “venció” él solito a las encuestas, el 26 de Junio, perdiendo cinco diputados más, pero evitando el temido sorpasso de Podemos.

Si, volviendo al políticamente luctuoso presente socialista, después del 26J Pedro Sánchez hubiese propuesto a la dirección socialista someter a la militancia su cuasi mántrico “NO es NO” a Rajoy, el Comité Federal se hubiese visto obligado a aprobar la consulta, so riesgo de rebelión de las bases. Unas bases que hubiesen apoyado, con indubitada seguridad, mantenerse en el NO a Rajoy y al Partido Popular. Y ello, indefectiblemente  -pues sostener a estas alturas que había otra alternativa es, lo digan Pablo Iglesias, Agamenón o su porquero (recuérdese que el líder podemita regaló una edición de Juan de Mairena a Rajoy), ofender la inteligencia de los votantes-, hubiese desembocado en unas elecciones en las que el héroe Pedro Sánchez, qué menos, estaría obligado a ser el candidato socialista. Hubiese defendido, de verdad, su presunta dignidad y compromiso, y hecho un auténtico alarde de heroicidad, no impostado, que las bases del PSOE habrían aplaudido. Pero estaría condenado, y lo sabía,  a una tercera y estrepitosa, histórica, derrota.

Pero no. Sánchez sabía que ganar esa apuesta al Comité Federal suponía, sin remedio, el final de su carrera política. Nada libraría al PSOE del castigo por unas terceras elecciones. Rajoy las  vencería más empoderado y con las manos libres para imponer sus políticas -solo o en compañía de la derecha neoliberalísima de Ciudadanos-. A Pedro Sánchez  no le quedaría otra salida que la dimisión como líder del PSOE y -si la honestidad formara parte de su liviano equipaje político- también como diputado.

Es por eso que Sánchez prefirió volver a disfrazar su cobardía política con la capa del falso héroe y descargar en otros sus propias responsabilidades como secretario general del  PSOE. Con gran e indiscutible habilidad, y renovada audacia, logró presentarse de nuevo como el paladín  de la “democracia participativa” y abanderado del “sentimiento de las bases socialistas”. Decidió, tras una conveniente y nada sutil filtración a la prensa, proponer a un ya reticente y alarmado Comité Federal  un inédito congreso exprés con primarias a 20 días vistas, en las que se postulaba, sin recato alguno, como una suerte de caudillo del socialismo español. Exigiendo para el PSOE, ante los micrófonos de la SER, “una sola voz que sea la de su secretario general”, ergo la suya. Y, además, abrió allí mismo su personal campaña dibujando ante la opinión pública un inexistente partido socialista dividido en dos bandos en los que él representaba, por su rechazo a Rajoy, el de los buenos, sostenido por “la voz de la militancia”. En el otro, situó socarronamente a Susana Díaz y a una inexistente derecha interna, servil a las oligarquías, al Íbex35, al antes venerado grupo Prisa y, sobre todo, a los intereses del Partido Popular.

Pedro Sánchez no es un recién llegado al PSOE. Por eso sabía a ciencia cierta que tan extravagante propuesta y descripción del partido y sus dirigentes –todos menos él mismo- era inasumible para el Comité Federal y la secular cultura organizativa del partido. Lo sabía tanto como que, ahora o después de navidades, el Partido Popular iba a gobernar este país. Por eso buscó la forma de que otros asumieran el coste de tan indiscutible realidad. No hay ninguna heroicidad en su estrategia; al contrario, ocultaba el miedo cobarde a la consulta que, él y no otros, negó a las bases para no perder la gorra de capitán del socialismo español.

Si, como ocurrió, y mejor no recrearnos en los hechos y el caótico escenario resultante, el Comité Federal rechazaba el extemporáneo congreso exprés, Sánchez tenía fácil presentarse ante las bases como una víctima de esa supuesta e inexistente oligarquía cómplice de la derecha, que le impedía representar  a la militancia frente al Partido Popular. Si el Comité aceptaba el Congreso (exprés, pero Ordinario), hubiese ido a las elecciones solo unos días después como flamante Secretario General. Dado los antecedentes de todos conocidos, le hubiese bastado sumar un mísero diputado más en las urnas para presentarse la noche electoral como el nuevo mesías del PSOE, y atrincherarse durante cuatro años en su falso liderazgo, sin rendir cuentas por su tercera derrota consecutiva en unas elecciones generales. Eso sí, al precio de dejar a España en manos de la mayoría incontestable de la derecha. También, muy probablemente, hubiese cedido el timón de la Oposición a un Podemos que nunca habría soñado con tan fácil ascenso.

Con lo que no contó Pedro Sánchez era con un Comité Federal que ya estaba escarmentado de sus desplantes, su vanidad y sus presunciones por méritos nunca obtenidos. Ni siquiera tuvo la gallardía de reconocer que sin el apoyo de Susana Díaz jamás hubiera sido secretario general siendo prácticamente, como era, un desconocido para las bases del PSOE. Como tampoco la tuvo de admitir, ni tras el 20 D ni tras el 26J, que el PSOE estaba sumido en una profunda crisis de credibilidad y liderazgo cristalizada en los más de setenta diputados de Podemos e IU.

El resto es el triste, violento y vergonzante final de un falso líder que deja como legado al socialismo español fracturado, a la militancia dividida y enfrentada como no se recordaba desde los tiempos de Prieto, Largo y Besteiro, y al PSOE forzado a una abstención sin contrapartidas para evitar unas elecciones irremisiblemente letales para el partido.

Pedro Sánchez nunca fue un héroe. Ni siquiera fue un líder. Su historia en todo un tratado de la cobardía política enmascarada en el entorno 2.0. Lo sorprendente y digno de estudio es cómo ha logrado embaucar a tanta buena gente.

ACTUALIZACIÓN: Pedro Sánchez Pérez-Castejón renunció ayer a su acta parlamentaria porque, según sus propias palabras, un diputado socialista no puede votar contra una resolución y mandato expreso del Comité Federal. Es un acto de coherencia, y le honra. Ha anunciado que se echa a la carretera para intentar recuperar el liderazgo del Partido, y la hecho cargando contra el Comité Federal y los que no comparten su, al parecer, única realidad. ¿Es el suyo el currículo político que el PSOE necesita?

sábado, 26 de diciembre de 2015

La ‘emergencia’ del PSOE

(Publicado en rebeldía.es)


Se acusa en ocasiones al Partido Socialista Obrero Español de haber traicionado a la clase trabajadora y ser cómplice de no sé qué oscura maquinación para crear, sostener e incluso ‘poseer’ los cimientos del denominado despectivamente ‘régimen del 78’.

A la muerte de Franco, a solo 25 años del nuevo milenio, España vivía en una clara situación de subdesarrollo democrático, económico, social y sobre todo cultural dentro de una Europa de la que forma parte histórica desde los primeros tiempos. Era el resultado de treinta y nueve años de feroz dictadura impuesta a sangre y fuego y sostenida con armas y miedo. Solo la propia vida del asesino general puso fin a esos tenebrosos años de “cierta placidez”, como alevosamente los catalogó un infausto ex ministro del Interior -por supuesto- del Partido Popular y de un Gabinete presidido por José Mª Aznar.

Es cierto, quién podría negarlo, lo que aseguran dirigentes y militantes de Podemos: que la Democracia no es obra solo de los políticos, que lo es también del entusiasmo de las clases medias y trabajadoras durante todos los años pasados desde aquel noviembre de 1975 hasta el comienzo de la última,  devastadora y actual crisis económica y social.

No es cierto, empero, como argumentan torticeramente los más irresponsables e insolidarios dirigentes del Partido Popular y su caterva de tertulianos a sueldo -la claque-, que cada vez que han gobernado los socialistas España quedara “hecha unos zorros” por el despilfarro. Y no es de recibo que los que pretenden reclamarse herederos en vida de las esencias del Partido Socialista, Podemos, compren ese discurso a la vez que reclaman derechos de uso y dan por cierta semejante ignominia.

Una vez aprobada la Constitución del nuevo régimen, cimentados los pilares de sistema que devolvió a España la condición de Estado Democrático de Derecho, lo tocó al PSOE el mandato popular de construir y legislar un nuevo país y una nueva sociedad. Ocurrió, primero, entre 1982 y 1996. Catorce años esenciales para que España fuera el modelo de sociedad que históricamente se había venido fraguando en nuestro entorno, y que aquí fue frenado bruscamente por las armas en 1936. Y por ser el que los españoles decidieron hasta cuatro veces consecutivas, fue el Partido Socialista el que pilotó ese tránsito desde la España franquista a la del siglo XXI. Hasta aquellos momentos, el desaguisado estructural del país era tal, económica, social y hasta moralmente, que todo lo ocurrido en esos años, con sus luces y sus sombras, que las hubo, supone en sí mismo un capítulo completo de nuestra historia moderna. Tanto es así, que, por ejemplo, los dos millones de parados que tanto se reprochan y había al finalizar los mandatos de Felipe González hubiesen sido 10 millones -tal vez más- sin la transformación de España pilotada por el PSOE, a merced de cuyas mayorías parlamentarias se forjaron y afianzaron los pilares del nuevo Estado basado en la libertad, la democracia y la igualdad y que se metabolizaron en derechos educativos y sanitarios, sistema de pensiones, protección social, y corresponsabilidad ciudadana.

Podría haber sido otro partido, sí, pero fue el PSOE; y lo fue porque así lo decidió el pueblo español. Hasta que en las elecciones del 3 de marzo de 1996, los españoles decidieron legítima y democráticamente que el PSOE entregara el testigo del poder a la derecha representada por el Partido Popular a ver qué tal lo hacía y si era capaz de mejorarlo. Porque ciertamente, el sistema aún era muy mejorable y el socialismo empezaba a acusar síntomas de desgaste sin haber llegado, todavía, al listón de nuestros vecinos europeos.

Pero el PP desechó esta oportunidad y durante ocho años renunció a tirar del carro de la transformación. Dos largas legislaturas de mayoría parlamentaria de la derecha y gobiernos del Partido Popular sirvieron para frenar todo avance social o conquista de nuevos derechos de ciudadanía. Ocho años que el PP y sus aliados aprovecharon para tomar y gestionar, en su peculiar estilo, un auténtico Estado del Bienestar (no, el de 1982 aún no lo era) que recibía de los socialistas recién construido  y todavía en desarrollo. Aznar, sus gobierno y sus alianzas y estrategias parlamentarias optaron, a pesar de presumir de todo lo contrario, por muy poca política económica y mucha política fiscal. Se limitaron a ‘capturar’ el nuevo sistema y ponderarlo a beneficio de las élites económicas, empresariales y eclesiásticas, a las que Aznar asemejaba  hipócritamente como las grandes abandonadas y damnificadas del socialismo. Una élites que no podían quejarse del desarrollo y crecimiento logrado durante 14 años de gobiernos socialistas, pero que recibieron sin rubor alguno de Aznar el control directo o indirecto del Estado cual concesionaria transformadora de derechos en “servicios básicos” y artículos de consumo. Un modelo basado exclusivamente en la gestión y sin ambiciones para la ciudadanía.

Solo la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero volvió a poner en marcha la locomotora de la transformación social, y España recuperó el ritmo para avanzar en más y mejores derechos y servicios para las personas, para toda la sociedad. A seguir, en cierto modo, el itinerario socialista interrumpido por la democrática y destemplada irrupción de la derecha en el poder ejecutivo y  legislativo (y también judicial, en gran parte por responsabilidad del propio PSOE).

Zapatero sí optó por retomar el itinerario socialista y regresar a  un modelo de adquisición de derechos y otro tipo de comportamientos gubernamentales. Desde ordenar el regreso de las tropas de Irak en su primera semana de mandato, a subir -de verdad y sin insultar a la inteligencia de los españoles- las pensiones mínimas y el salario mínimo interprofesional. Promover y lograr el apoyo parlamentario para la Ley de Igualdad, el Matrimonio Igualitario o la Ley de Identidad de Género que abrió la puerta de la sociedad a las olvidadas y marginadas personas transexuales. Además, la Ley de Reproducción Asistida con una regulación favorable a la investigación con células madre, anatema para una Iglesia que había recuperado su mermado ascendente autoritario durante el aznarato.  Consensuar también, pues no olvidemos que Zapatero nunca gozó de las mayorías absolutas o pactos de legislaturas que sí tuvieron José Mª Aznar o el propio Felipe González, una Ley integral contra la Violencia de Género.
Durante las dos legislaturas de gobiernos de Zapatero y mayoría socialista en las Cortes, es decir, con el mandato recibido por el PSOE de llevar la iniciativa legislativa, España logró disponer de una televisión pública e independiente y financiada por el Estado, recuperó la política de ir reduciendo la financiación pública a la Iglesia y se introdujo la Educación para la Ciudadanía. Avances, todos ellos, necesarios en el modelo de sociedad que defiende el socialismo español.
Con el PSOE y con Zapatero al frente, España retornó al “buen tono” en la política exterior y a mirar con respeto a nuestros vecinos del mundo, apoyando la reforma de la ONU y promoviendo una Alianza de Civilizaciones y una Alianza contra el Hambre cuyos meros conceptos atemorizan a los grandes poderes fácticos que manifestaron su pánico en forma de burla y menosprecio. Regresó, tras el parón de los años de Aznar, al aumento sostenido del porcentaje del PIB destinado a la Ayuda al Desarrollo, siempre insuficiente,  y a la regularización de personas inmigrantes para integrarlas en el modelo de sociedad que promueven los ideales socialistas y que solo discuten los egoístas.
Una sociedad que a través de su Gobierno abordó sin subterfugios ni negadas concesiones el diálogo con ETA, y tuvo la suerte de ver el fin de su actividad armada. Que se atrevió, como algunos reclaman ahora como idea propia, a poner sobre la mesa el encaje territorial y político de las diferentes regiones de España y sobre todo, de sus diferencias históricas y culturales. Que supo así frenar el envite fuera de tono del Plan Ibarretxe, sin traumas para el nacionalismo vasco y sin alimentar disociaciones entre vascos y españoles. Que propició un valiente nuevo Estatut para Catalunya, frenado abruptamente por un recurso del Partido Popular que ninguneó el acuerdo mayoritario de los españoles expresado a través de sus Cortes y, es más, ratificado en referéndum por los propios catalanes.
Zapatero se afanó también en las asignaturas pendientes de la nueva sociedad española nacida tras el fin de la dictadura. Entendió llegado (y aviesamente retrasado por el PP) el momento de promulgar la necesaria y aún pendiente de cumplir Ley de Memoria Histórica, y hacerla visible con gestos como la devolución de los archivos de Salamanca, sin que estos hayan dejado de ser patrimonio de todos los españoles, o promover la retirada de los símbolos franquistas de nuestras calles, plazas y edificios públicos.
Y sobre todo, fueron los de Zapatero los que lideraron la aprobación de la Ley de Dependencia, el cuarto pilar del Estado del Bienestar que los anteriores gobiernos socialistas no tuvieron ocasión de establecer y apuntalar antes de perder las elecciones de 1996. Pilar que nunca fue un objetivo para la derecha, ni por ser un derecho pendiente de y para los españoles. Un derecho tan indiscutible que, incluso habiéndolo boicoteado claramente al recuperar el poder, ningún partido de la derecha osó rechazar cuando se sometió el referendo de las cámaras legislativas.
También fueron gobiernos socialistas los que no dudaron aprovechar el crecimiento económico y los años de bonanza para promover iniciativas como el injuriosamente denostado Plan E, que, con sus luces y sus (muchas) sombras, respondía al justo reparto de la riqueza común que promueven los ideales socialistas, mediante algo tan simple como destinar parte del superávit presupuestario a la contratación de personas sin empleo que pudieran así disponer de un sueldo -aunque fuera eventualmente- y poder cotizar para sus pensiones y prestaciones sociales. O destinar grandes cantidades de ese superávit para ir llenando la llamada hucha de las pensiones. Poner el dinero de todos al servicio de todos.
Quiero decir con todo lo anterior que el Partido Socialista nunca ha renunciado a sus ideales, y que lo ha demostrado de forma indiscutible dando pasos firmes y decididos a seguir transformando la nuestra en una sociedad mejor.
Además, y por más que algunos proyecten un tótum revolútum tan maniqueo como interesado, durante los años de mayorías socialistas lideradas por Zapatero, no se alcanzó el actual estado de degeneración democrática. No es que no hubiera casos de corrupción y que estos no afectaran también al PSOE. Es que la actual sensación de impunidad es fruto de la forma en que el Partido Popular convive con ellos cuando está en el poder, logrando que parezca una situación idiosincrática en nuestro país.
¿En qué ha fallado entonces el socialismo?
En primer lugar en no haber sabido retener la confianza de los españoles cuando la cosa se puso difícil, y no haber evitado que la sociedad española no discierna con claridad el modelo del PSOE frente al del Partido Popular. Que los votantes no hayan metabolizado que con mayorías socialistas se avanzaba, con más menos ritmo, hacia el modelo de Estado al que todos aspiramos. Al que, como los socialistas, aspiran las fuerzas emergentes al lado izquierdo de la ideología. El que preconizan y encomian los miembros de Podemos acusando falsamente a los socialistas de haber dejado de hacerlo.
El Partido Socialista ha estado a la altura en los momentos que forjan la historia de un país y una sociedad.
Hemos entrado en un nuevo tiempo. Un momento en que la sociedad exige nuevas y urgentes respuestas para empoderar a la ciudadanía en un sistema que se resquebraja y que pide ser reprogramado. Comenzó en 2007, y como en 1982 y otros tantos momentos históricos, encamina a la sociedad en un nuevo proceso de transformación.
Creo que los Gobiernos de Zapatero, con sus errores, y como antes lo hicieron los de Felipe González, obraron con responsabilidad en el contexto que les tocó gestionar.
Decisiones impopulares como la modificación de la Constitución, el ‘comodín’ del artículo 135, no perseguían consagrar el pago de la deuda dicho a la manera de los detractores de su nueva redacción, entre los que, por cierto, me incluyo. Más bien buscaba poder seguir aumentando dicha deuda cuando el país, sus servicios públicos y sus habitantes más lo necesitaban, y establecer la forma de poder hacerlo en un momento muy adverso.
Así, la Constitución pasaba a declarar que los créditos para satisfacer los intereses y el capital de la deuda pública de las Administraciones se entenderán siempre incluidos en el estado de gastos de sus presupuestos y que su pago “gozará de prioridad absoluta”. Empero, también a establecer con claridad que  “los límites de déficit estructural y de volumen de deuda pública sólo (y es este ‘solo’ el que presenta como perversa la reforma) podrán superarse en caso de catástrofes naturales, recesión económica o situaciones de emergencia extraordinaria que (…) perjudiquen considerablemente la situación financiera o la sostenibilidad económica o social del Estado. Esta salvedad tan esencial forma parte tanto del modelo socialista como del nuevo imaginario político que promulgan los emergentes de Podemos. El gran error del PSOE fue transigir con que dicha salvedad requiera ser apreciada por la mayoría absoluta de los miembros del Congreso de los Diputados, y no contemple su aplicación por la vía del Decreto de Gobierno. Los instigadores del cambio, la troika, los dueños del Capital, ya intuían el escenario  parlamentario que se avecinaba y por la vía del chantaje del ahogo presupuestario, bien lo sabe el pueblo griego, forzaron la modificación sin que el PSOE reclamara para el poder Ejecutivo dicha posibilidad, que sí seguía consagrada, sin embargo, para aplicar una feroz política de recortes y derechos, como bien ha venido demostrando el Partido Popular estos últimos cuatro años.
Y finalmente está el otro gran error, el principal pecado del socialismo español. Del Partido Socialista Obrero Español.  No haber sabido evitar ni poner freno a un sistema de élites corruptas que sí supo infiltrarse violentamente en la política. Al contrario, y a pesar de haber protagonizado de forma sobresaliente la transformación del Estado Español en mejor, más moderno y más justo desde el fin de la dictadura hasta hoy, el Partido Socialista, sus dirigentes -con la complacencia y/o displicencia de buena parte de sus bases- cayó en la trampa de creerse propietario del sistema, y no haber procurado las herramientas necesarias para que la ciudadanía se sintiera partícipe, como era y es, de tan prodigioso proceso. Un deterioro de lo cercano que no se evitó y que el pueblo ha percibido en forma de puertas giratorias, privilegios, abusos y, sobre todo, distanciamiento de la sociedad.
Es el reto actual del PSOE. Reconocer estos grandes errores, asumirlos tan propios como los aciertos que tanto han beneficiado a la sociedad española, y decidirse de una vez a entonar el mea culpa. A hacer propósito de enmienda, y cumplir la penitencia de recuperar los valores del socialismo y con ellos  la confianza mayoritaria de la ciudadanía. Es el momento de hacerlo. Los laboristas británicos están señalando el camino a seguir tras vivir el mismo proceso en sus propias filas. Si el PSOE no es capaz de emprenderlo ahora, es posible que nunca más pueda serlo. Si las élites del partido se empeñan en seguir apareciendo como una casta de poderosos en vez de como poderosos vertebradores y transformadores de la sociedad, el PSOE estará acabado.
No sus orígenes ni su historia. No los valores o las ambiciones del socialismo, el PSOE. Los españoles han estado demasiado tiempo “esperando al PSOE” desde que le dieran la espalda en 2011. Lo han hecho hasta con ansiedad. Pero el PSOE no ha sabido, todavía, volver a demostrar que está a la altura de su historia.
Si en 1977, cuando por fin regresó a la escena parlamentaria española, fue capaz de participar y propiciar el nuevo modelo de Estado Democrático y de Derecho postfranquista, como lo fue en 1982 de poner en marcha el Estado del Bienestar y hacerlo realidad, y en 2004, de reiniciar el proceso hacia más y mejores derechos y servicios, en 2015 y en un momento histórico como este tiene que volver a serlo.
La nueva izquierda, Podemos y los emergentes, como movimiento social y político, ha visto esa puerta abierta y, con toda legitimidad,  ha decidido entrar enarbolando y reivindicando como propios los valores del PSOE. Y el PSOE se percibe débil y más dispuesto a lamentarse de que otros reclamen y reivindiquen sus ‘valores de marca’ que a ser consciente del orgullo que esto supone y actuar en consecuencia.  Esa es la ‘emergencia’ del PSOE.