viernes, 23 de agosto de 2019

Como si no hubiera ayer, Pedro Sánchez


Pedro Sánchez y su equipo están jugando, otra vez, y como si no hubiera ayer, con esto del “relato”. Por segundo viernes consecutivo, la ministra portavoz, Isabel Celaá, ha utilizado la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros para transmitir la posición del “presidente Pedro Sánchez” en el momentum actual de la XII Legislatura. Se trata de crear la falsa imagen de que el camino a la Investidura -o no- de Pedro Sánchez pivota sobre una negociación entre “este Gobierno y el resto de fuerzas políticas” (sic), sorteando preceptos elementales de la democracia parlamentaria, y atribuyendo al Presidente en Funciones funciones (valga la redundancia) que no le son propias.


Los encuentros, a estas alturas, del diputado y líder socialista Pedro Sánchez con la sociedad civil (asociaciones, colectivos, sindicatos y “con el tercio de familias” si cabe, como animaba un ingenioso tweet hace unos días), no tienen ningún sentido. Sólo estarían justificados si desde el 28 de abril hasta hoy se hubiese producido en el país alguna circunstancia (catástrofe, atentado, crack financiero...) que precisara tomar un nuevo pulso a la sociedad. De hecho, cuando Sánchez comenzó su ronda de contactos, el mensaje era que iba pedir en las reuniones la mediación de los colectivos ante Unidas Podemos. Alguien debió darse cuenta, tarde y mal (una constante en el entorno de Pedro Sánchez), de la extrema debilidad que transmitía esa estrategia, así que la ronda de reuniones transmutó, de la noche a la mañana, en conversaciones para elaborar un “nuevo programa de gobierno”. Seriously, George?. A un mes escaso de la fecha límite para que no se disuelvan Las Cortes de forma automática, parece que en el PSOE no se conocían los anhelos, necesidades y ambiciones de la sociedad civil. Es una patraña, puro teatro. Puro relato. Un burdo e incomprensible simulacro.
No cabe extrañarse, pues, de la hiriente pulla con la que que Unidos Podemos abre su propuesta al PSOE para pactar un gobierno de coalición. “Tras haber mantenido reuniones con cerca de 300 colectivos de la sociedad civil y haber recogido sus demandas...”. Un zasca antológico al que solo les ha faltado añadir “cuando correspondía” entre mantenido y reuniones para que el lector sintiera risas enlatadas en su cerebro. Le siguen más de 100 páginas de relato, pero el gobierno ha anunciado que Pedro Sánchez tendrá su propio texto cuando termine de escuchar a la sociedad civil. ¿De verdad ha gobernado casi un año sin saber qué piensa la sociedad civil? No, claro que no. Lo sabe él, y lo sabemos todos. Pero como apuntaba violeta Assiego n el diario.es, “el candidato del PSOE pareciera que se quiere presentar ante el resto de las formaciones políticas no como el candidato de otro partido sino como el candidato de la sociedad civil. De esta forma, si le niegan el apoyo o se abstienen, podría decir que están rechazando las propuestas de la mismísima sociedad civil. Sánchez en estado puro. Como si no hubiera ayer.
Hoy mismo, la ministra Celaá ha aplazado cualquier conversación de este Gobierno con el resto de fuerzas políticas (sic, sic, sic), hasta que Sánchez pueda aparentar, ahora sí, que ya sabe qué opinan y quieren las asociaciones, los sindicatos y los colectivos ciudadanos: la sociedad civil. Aunque, desde su posición de portavoz del Gobierno, ha vuelto a deslizar que lo suyo, realmente, es que la derecha renuncie a hacer lo que el propio Pedro Sánchez hizo, y aparte con su abstención los obstáculos que le alejan de La Moncloa. Con tan impostada serenidad, que la ministra ha cometido un fatal lapsus linguae, al asegurar, por dos veces, que en 2015, el PSOE ofreció su abstención para evitar nuevas elecciones.
El equipo de Iván Redondo, el spin doctor de Sánchez, ha elaborado una hoja de ruta que pasa por borrar de la memoria de los ciudadanos la epiquísima epopeya que convirtió a Pedro Sánchez en el indiscutible líder del PSOE. Para no tener que volverla a contar aquí, el propio Sánchez esbozó un lema que resume su viaje desde una cafetería con Jordi Évole al Palacio de la Moncloa: “¡No es no!”. En 2015, Pedro Sánchez no ofreció la abstención del PSOE. Al contrario, la rechazó de plano, se autopropuso como candidato a Presidente del Gobierno, y provocó la repetición de las elecciones generales. Y si hubiese gozado del poder omnímodo del que hoy goza en el PSOE, es más que probable su legendario emblema hubiese forzado unos terceros comicios. Pero entonces, el famoso Comité Federal del 1 de octubre paró en seco los inconsistentes deseos de Sánchez. Solo entonces la abstención de los diputados socialistas, ya sin Sánchez, facilitó la formación de Gobierno por parte del Partido Popular, ganador, por dos veces consecutivas de las elecciones generales.

Creer que en sólo tres años años la memoria de los electores no es tanta como para no ruborizarse cuando hoy reclama la abstención de la derecha, denota que Iván Redondo y sus redes de comunicación, tienen el 'war room' (lo tienen) secuestrado por los guionistas de Veep, y no por los de El ala oeste de la Casa Blanca. Entre la candidez y el patetismo.
Romper antes de empezar
El problema hoy es otro. Pedro Sánchez necesita elevar el tono de desprecio hacia Unidas Podemos hasta llegar a un nivel de ofensa sin retorno. Necesita una ruptura total, inmediata e irreversible. Necesita, realmente, poder decir al Rey que, como a Rajoy tras las elecciones de 2015, no le merece la pena postularse como Candidato a sabiendas de que no será investido por el Congreso. También sabía que no lo sería en marzo de 2016, pero entonces no pudo resistirse a subir a la Tribuna, habiendo perdido, sin ambages, las elecciones. Las cosas de Sánchez.
Estamos a un minuto y medio de que Ábalos, Lastra, Calvo o el inefable Rafael Simancas, pronuncien las palabras que socaven, intencionadamente y sin remedio, la integridad de Pablo Iglesias y sus 42 diputados. Hasta hacer imposible cualquier acercamiento vestido de la dignidad política que exige pone en marcha la Legislatura, y no darla por terminada sin siquiera intentar salvarla de forma honesta y sincera (políticamente hablando). Pero el equipo de Pedro Sánchez está empeñado en evitar, como sea, que emisarios del PSOE y de Unidas Podemos lleguen a sentarse en una mesa de la que nadie entendería que se levantaran sin un acuerdo.
¿Por qué? Porque hay algo que Pedro Sánchez y su equipo temen más que una inexplicable repetición de las elecciones generales, que es tener que disolver Las Cortes dentro de unos meses sin haber conseguido aprobar una Ley de Presupuestos Generales. Como apuntaba este viernes el maestro Ignacio Varela en El Confidencial (y yo mismo el jueves en Confidencial Andaluz), evitar las repetición es un as en la manga que Pablo Iglesias puede poner en juego en cualquier momento. No tiene más que votar sí en la Investidura de Sánchez y pasar en ese mismo instante a la Oposición. El PSOE gobernaría en solitario y con extrema debilidad, y un final abrupto de la Legislatura estaría fuera de su control. Y lo que es peor, sí en Junio había logrado impedir que Pablo Iglesias ocupe una silla en el Consejo de Ministros, veríamos al líder de Podemos dar más ruedas de prensa en La Moncloa que si hubiese ocupado una cartera en el Ejecutivo. Con mucho más poder, y sumando cada avance social del gobierno socialista en el haber de su fuerza política.
Así pues, llegaremos al mes de septiembre con Pedro Sánchez queriendo aparentar ser el Jefe del Estado y usurpando al rey desde La Moncloa la ronda de consultas con los portavoces parlamentarios. Pero aunque la mona se vista de Presidente, presidente en funciones se queda. Seguirá siendo sólo el secretario general del PSOE y posible Candidato a la Investidura; en tanto que ganador, sin asomo de duda, de las elecciones generales del 28 de abril. No es el Gobierno quien dirige este proceso, a ni nivel institucional lo es, en todo caso, el Congreso de los Diputados; y en su seno, cada uno de los grupos parlamentarios que puedan sumar escaños a la hoy deseada no Investidura.
La proyección mediática que Sánchez y su equipo están tratando de grabar a fuego en el imaginario ciudadano supone un vergonzoso abuso de las herramientas del Estado. Lo que está encima de la mesa no es la continuidad de este Gobierno; es si habrá Gobierno en esta Legislatura, y si Pedro Sánchez será su Presidente. Las propuestas, si las hubiere, serán, como corresponde, entre el Grupo Parlamentario Socialista y el resto de partidos con representación en la Cámara Baja. No es el presidente Sánchez quien negocia; es el diputado Sánchez, y lo son los distintos portavoces designados por “el resto de fuerzas políticas”. Entre ellos tienen que hablar, negociar, y, si recuperaren la sensatez -unos y otros-, pactar que la XIII sea una Legislatura de la que los ciudadanos puedan sentirse orgullosos.
¿Y una oportunidad para Pablo Casado?
El previsible plan de Pedro Sánchez para sortear la posibilidad de una tercera investidura fallida, esconde, además, un reverso tenebroso para el PSOE. Si Sánchez comunica al Rey que, con solo 125 diputados (123 del PSOE, 1 de PRC y 1 de Compromís), no puede subirse la Tribuna del Congreso para pedir la confianza del Hemiciclo, pondrá en bandeja una oportunidad para que lo haga Pablo Casado, quien acudirá a su encuentro con el monarca con un sólido y exitoso historial de alianzas para conformar mayorías de gobierno en importantes ayuntamientos (como Madrid) y parlamentos autonómicos (Andalucía, Madrid...) con otras fuerzas políticas que. unidas, suman 149 escaños en el Cámara Baja (66 del propio PP, 57 de Ciudadanos y 24 del franquismo regresado a Las Cortes), que podrían sumar además, 2 de Navarra +. 26 más que el propio Sánchez de hoy, y 61 más que el Sánchez de marzo de 2016.

Si Casado lo pide, Felipe VI no tendrá más remedio que proponer al líder del PP como Candidato a la Presidencia del Gobierno. A sabiendas de que sería un debate de Investidura estéril, que desemboca en elecciones (como el de Sánchez en 2016), pero ineludible. La Casa Real no puede permitirse negar al PP lo que hace solo tres años y medio ofreció al PSOE. Sería un debate a cara de perro, en el que todos los dardos irían dirigidos al líder socialista y a su partido. Para Pablo Casado, un magnífico orador y buen conocedor de las prácticas parlamentarias, una impagable oportunidad de oro para despejar cualquier duda sobre quién recae el liderazgo de la derecha española. Y un inmejorable arranque de una campaña electoral en la que los populares nada tienen que perder, y todo por ganar. Incluso más de lo que merecen.
Se echa en falta un ápice, una muestra siquiera, de que aún queda algo de sensatez en el PSOE. Menospreciar al adversario está muy feo. Hacerlo con los ciudadanos mucho más. Los españoles merecemos un Gobierno que no nos tome por tontos. Como si no hubiera ayer.