domingo, 3 de abril de 2016

Interpretar las encuestas; cuestionar la voluntad de cambio

Este domingo nos ha dejado tres sondeos de opinión en tres medios de comunicación diferentes. El antaño “diario independiente del mañana”, lo que queda de El Mundo y la nueva aventura digital de Pedro J. Ramírez, nuestro eterno aspirante a Randolph Hearst latino, coinciden más o menos en sus estudios demoscópicos. A saber.

A pesar de las evidencias de su corrupto entramado interno, el Partido Popular ya tocó su suelo electoral el 20 de diciembre, cuando perdió hasta 63 diputados y una cómoda mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados que, a pesar de todo, fue capaz de mantener en el Senado.

Por su parte, el PSOE liderado por Pedro Sánchez se muestra incapaz de levantar cabeza tras haber cosechado el peor resultado de su historia y haber cedido una importante porción de su apoyo ciudadano a Podemos y a las nuevas fuerzas emergentes, que han sabido recoger el guante del discurso socialista original tras la recuperación de la Democracia. Aún así, estos no logran mantener los resultados del 20D y pierden fuerza cediendo hasta 20 diputados.

Ciudadanos, la nueva derecha capitaneada por Albert Rivera, se consolida como posible tercera fuerza política y podría sumar hasta 12 nuevos escaños en el Congreso.

Por último la Unidad Popular de Alberto Garzón recupera fuerzas y se presenta como la única opción de izquierdas que gana simpatizantes tras más de cien días sin Gobierno.

En cuanto a los nacionalistas y regionalistas, no se aprecian cambios considerables y siguen manteniendo sus apoyos habituales.

Mientras se conocen estos datos, continúa encima de la mesa la cierta posibilidad de que no se consiga un pacto de Gobierno que conforme una mayoría estable para desalojar a Mariano Rajoy y al PP de La Moncloa. El empeño de Pedro Sánchez en explorar la llamada vía 199 parece un camino de imposible recorrido, en tanto que las exigencias de Ciudadanos, el socio imprescindible (?) escogido por Pedro Sánchez, parecen a todas luces incompatibles con las aspiraciones de buscar coincidencias, que las hay, y muchas, entre los programas electorales de PSOE y Podemos. Un pacto que no excluya a Ciudadanos, supone una importante renuncia de ambos partidos de izquierda en temas fundamentales como la derogación total de la Reforma Laboral del PP, la -a todas luces- antidemocrática Ley Mordaza o la perversa Ley Wert que transforma el Derecho a la Educación casi en una gracia gubernamental, entre otras. En esta tesitura, cabe suponer que el pacto a tres que busca Pedro Sánchez se presenta como imposible, y que el único camino que evitaría la convocatoria de nuevas elecciones sería el otro tripartido, el deseado por la derecha de Albert Rivera con la aquiescencia del Partido Popular. El suicidio del Partido Socialista que cualquiera podría pensar que es el verdadero objetivo del joven nuevo líder.

El problema es que los sondeos indican que unas nuevas elecciones, en el momento actual, supondría un claro castigo de los votantes al PSOE y a Podemos. A los primeros porque cualquier resultado que no mejore el cosechado en diciembre sigue siendo una penalización del electorado socialista tradicional. A los segundos porque las formas empleadas para buscar el pacto han venido sobradas de soberbia y prepotencia y poca voluntad de alcanzar un acuerdo. En consecuencia, el escenario de nuevas elecciones es el ideal tanto para el Partido Popular como para Ciudadanos, que con las nuevas mayorías que anuncian las encuestas conocidas este domingo lograrían los escaños suficientes para conformar Gobierno, y forzarían una crisis tanto en el PSOE como en Podemos que lastraría la labor de Oposición que les habrá de corresponder si se confirman los pronósticos.

En este escenario, y como ya he defendido en otras ocasiones, Pedro Sánchez debería reconsiderar un acuerdo con la nueva derecha naranja que no proporciona ningún beneficio al PSOE y no garantiza los cambios políticos que los votantes de izquierda, una clara mayoría ciudadana, están demandando tras demasiados años de abuso de la derecha y los poderes económicos en nombre de una crisis económica que ellos mismos provocaron y han tenido la suerte de gestionar a su favor.

Solo un pacto con Podemos que sumara el concurso de Izquierda Unida, contara con el apoyo del PNV (que ya ha dicho que estaría dispuesto) y la abstención de los nacionalistas e independentistas podría cambiar la percepción del electorado sobre la necesaria voluntad de dar un giro radical a las políticas de derecha, tomando como referencia, por ejemplo, el modelo portugués. Sería un pacto de corta duración -ningún Ejecutivo puede aguantar cuatro años con unas Cortes como las actuales-, pero con capacidad para derogar las peores reformas del Partido Popular y diseñar un nuevo modelo de Gobierno para la ciudadanía que en pocos meses genere un legado con el que concurrir a nuevas elecciones. El nuevo Gobierno podrá disolver las Cortes exhibiendo el bloqueo de la derecha a cualquier intento de reforma para favorecer a los ciudadanos, y legitimado para pedir una nueva mayoría electoral que lo impida.

Sin embargo, cerrarse en banda en el acuerdo con Ciudadanos para satisfacer no se sabe qué intereses ni de quién (aunque se intuye) solo puede desembocar, como digo, en un suicidio político para el PSOE y –también- para Podemos, y en un triunfo de las derechas azul y naranja que concurrirían a las urnas con el impagable aval del fracaso de la izquierda para articular un proyecto político alternativo.


Quedan 20 días para tomar una decisión. La pelota del posible cambio, está, sobre todo, en el tejado de Pedro Sánchez y el PSOE. También en el de Pablo Iglesias y Podemos, qué duda cabe. Pero sobre todo en el primero.