lunes, 31 de diciembre de 2012

Llámenme demagogo

Publicado en Diario Progresista

La cuestión no es si un centro que presta servicios públicos puede ser gestionado por empresas privadas. La cuestión es si en tiempos de crisis, con una alarmante caída de los ingresos, y en pleno proceso de recortes en las prestaciones sociales, el Estado puede permitirse el lujo de desviar una parte de los presupuestos públicos, es decir, del dinero de todos, al bolsillo de los empresarios, en forma de un supuesto "beneficio de gestión". 

 El trillado mantra de la eficiencia, conocida la experiencia allí donde se ha puesto en práctica la ‘externalización’, no se sostiene. El sistema no ha mejorado los servicios ni las prestaciones. En los mejores casos, y son realmente excepcionales, sólo se podría argumentar que no han empeorado.


Tampoco sirven las oportunistas encuestas de satisfacción de los usuarios. Quién dudaría de la respuesta en una encuesta si preguntara qué causa más satisfacción a los ciudadanos, que sus servicios públicos generen beneficios que pasan directamente al bolsillo de empresas privadas, o que ese beneficio fuera destinado a cubrir los muchos déficits que los recortes están generando en las familias españolas, y, muy especialmente, en las de Madrid.

Si de verdad existe una forma de gestión que permita mantener la cantidad y la calidad de los servicios públicos, el número de profesionales y sus condiciones laborales, y, encima, generar beneficio con menos gasto, aplíquese. ¿O acaso existe un misterioso sortilegio neoliberal que impide aplicar esos exitosos métodos cuando quien lo hace no se está forrando?

Que no se enajene nuestro dinero, que tanta falta nos hace, para ponerlo en la cuenta de beneficios de los amigos de Esperanza Aguirre, Ignacio González, o del marido de Mª Dolores de Cospedal. O dicho de otra forma, que nadie se quede -por imposición de la mayoría absoluta del Partido Popular- el dinero que ponemos en manos de la Administración para que mejore nuestras vidas. 

Y ahora, no se priven: llámenme demagogo.