viernes, 4 de septiembre de 2015

PSM-PSOE vs. PSOE-M. Legitimidad, democracia y disciplina.



La legitimidad de las decisiones debe ser necesariamente cuestionada cuando los dirigentes exceden al tomarlas las atribuciones que le fueron encomendadas. Básicamente, es uno de los pilares que sustentan el sistema democrático que defendemos los socialistas.

El último congreso extraordinario del PSM-PSOE tenía como objetivo, por definición, restituir al partido una dirección legitimada por un proceso congresual, toda vez que las circunstancias que derivaron el cese de la anterior y la imposición de una Comisión Gestora así lo exigían. El propio carácter extraordinario no otorga mandatos políticos más allá de los emanados del Congreso Ordinario, pues no debe ser esta su función sin que haya sido previamente especificado en la propia convocatoria, discutido y avalado, como exige el proceso ordinario, por las bases en las que reside la soberanía del partido.

Cambiar el nombre del partido no admite otra interpretación que la voluntad de dar por finalizada una etapa política y dar paso a otra. Nuevo rumbo. Ruptura. Un objetivo legítimo que exige, empero, que una mayoría del partido, previo conocimiento de la propuesta, debate interno a todos los niveles y mediante los debidos cauces de participación, así lo decida y mandate a los delegados que participen en el proceso congresual. Es el necesario proceder democrático que debe identificar a los partidos políticos: a mayor entidad de la decisión, más necesaria la implicación de sus bases. 
Un cambio de nombre, la instauración de una nueva identidad no es, pues, decisión que deba tomar el Congreso Extraordinario sin haber sido convocado para ese u otros objetivos. Los delegados no recibieron ese mandato de la militancia.

Asimismo, el Congreso Extraordinario del extinto PSM decidió, sin haber sido tampoco mandatado para ello, cambiar los Estatutos y mermar la representatividad de la militancia en los órganos de gobierno. Menos voces, menos visiones, menos propuestas… Menor riqueza ideológica y menos democracia, que son, al fin y al cabo, los nutrientes básicos de un partido de izquierdas y de clase. Si un significativo cambio de nombre parece, per se, motivo para que desde la militancia surjan legítimas intenciones de hacer uso de las herramientas que las garantías democráticas dentro del PSOE afortunadamente disponen… ¿cómo no serlo decisiones que merman la democracia interna del partido?

En esta tesitura no debe sorprender que una considerable porción de los socialistas madrileños entienda que se ha excedido el mandato otorgado a los delegados del Congreso Extraordinario en el que fue Sara Hernández elegida como secretaria general interina, pues solo debe serlo hasta la convocatoria del Congreso Ordinario. No caben en el carácter extraordinario decisiones de tamaña envergadura sin haber sido específicamente detalladas en su convocatoria y sin que la militancia haya podido mandatar a sus delegados a favor o en contra. Los socialistas no debemos aplicar la metodología de las “leyes escoba” que tanto nos irritan cuando son otros los que hacen uso de ella.

Al no formar parte de la propia naturaleza del Congreso Extraordinario -máxime, hay que insistir, si no se ha hecho constar en su convocatoria- cualquier decisión de los delegados que excede el mandato recibido de las agrupaciones socialistas madrileñas es impropia del carácter circunstancial del cónclave. Y por ello cualquier movimiento que a través de los inexorables cauces estatutarios exija reconsiderarla y dejarla sin efecto debe ser atendido. Es lo que pide un nutrido grupo de delegados al presentar un recurso de anulación del congreso o, al menos, de las polémicas decisiones tomadas al margen de la opinión y concurso de las bases de la federación madrileña del PSOE.

CONTEXTO DE DIVISIÓN

Conviene no olvidar las circunstancias que devienen Congreso Extraordinario, precipitadas por el cese de la legítima dirección regional cuyo secretario general era Tomás Gómez. Un relevo decidido unilateralmente y al margen de los socialistas madrileños por la Comisión Ejecutiva Federal de Pedro Sánchez, so pretexto de combatir los pronósticos electorales de las encuestas de opinión. O, dicho de otra forma, dando carácter decisorio a conjeturas demoscópicas para cuestionar la idoneidad del candidato surgido -como el propio Pedro Sánchez- de un proceso de primarias, y, de paso, cesar a la legítima dirección designada por el último Congreso Ordinario. Un chusco y, como se ha visto, fallido procedimiento por parte de quien no para de reivindicar que su liderazgo emana de la propia militancia, pues cabe resaltar que la candidatura encabezada por el respetado, admirado e impoluto Ángel Gabilondo apenas obtuvo 21.000 votos y un escaño más que la de Tomás Gómez en 2011, el año que en plena crisis y declive del Gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero el PP logró teñir de azul el mapa político español infligiendo un severo castigo electoral al Partido Socialista en su conjunto.

Más decisiones están abiertas a múltiples interpretaciones y abundan en la –sana- diferencia interna en un partido conformado por miles de personas. Inducen a que la disconformidad torne en enfrentamiento, eleve el tono del debate, signifique las diferencias y agilice los movimientos que dudan y reclaman. El cese del ya ex portavoz del Grupo Municipal de la capital, Antonio Miguel Carmona ha generado enorme malestar en la militancia socialista madrileña, tanto como sorpresa y estupor en buena parte de la ciudadanía y los propios votantes socialistas. Como en el caso del Congreso Extraordinario, no es fácil asimilar que el sufragio ciudadano se vea afectado por intereses políticos de orden interno -como ha defendido la nueva dirección del PSOE madrileño-.

Se trata de establecer los motivos que llevan a la división interna y al enconamiento entre los distintos sectores o grupos dentro de la organización. También de situarlos en el contexto que les corresponde.

BISOÑEZ POLÍTICA

El cese de Carmona ha sido interpretado por muchos -difícil no entenderlo así- como una innecesaria acción de apuntalamiento estratégico de quienes han impuesto, si haber sido mandatados, una identidad nueva y una merma en la democracia interna del Partido Socialista de Madrid. Con los antecedentes anteriores, un gesto de bisoñez política que prende el reguero de pólvora sembrado entre la cosa estatutaria y polémicas decisiones, que motivan –muy lejos de cerrar como asegura Sara Hernández- la discusión interna en el seno del recién nacido PSOE-M.

Es el contexto en el que surge la impugnación del Congreso Extraordinario o incluso poner en marcha los mecanismos de convocatoria de un nuevo cónclave que decida, esta vez con luz y taquígrafos, sobre proyectos, estrategias y modificaciones estatutarias de la envergadura que tienen las discutidas. El clima de malestar que generan los ceses o nombramientos de unos u otros compañeros conforma la escenografía del relato de las impugnaciones, aunque lo que se discute es la legitimidad de tomar decisiones que afectan a la identidad y la democracia interna del partido frente a la legitimidad de cuestionarlas. Democracia en estado puro.

El debate en el que está inmerso el nuevo PSOE-M es ese. No nos perdamos en los liderazgos y encontrémonos en lo que nos separa para construir sobre lo que nos une. Podemos decidir sobre todo, pero no se puede decidir en nombre de otros lo que otros no te han encomendado.

Y mucho menos, se puede desdeñar groseramente a los compañeros pidiendo “disciplina” o que “se pongan a trabajar”, porque cuando un socialista cuestiona y discute lo que entiende que no es justo, lo que hace es precisamente eso, trabajar. Por el bien del partido, por el bien de todos.