sábado, 12 de mayo de 2012

15-M, un año después

Algo, tal vez el principio de un cambio impulsado desde las bases de la Sociedad, parecía gestarse en mayo del pasado año, cuando miles de personas de todas la edades, pero, sobre todo, jóvenes, decidieron ocupar las principales plazas de España en señal de protesta contra un sistema que ha dejado de funcionar y que pide a gritos reformas para llegar a ser lo que se supone la esencia de los estados democráticos, el poder del Pueblo por y para el Pueblo. Ha pasado un año y las cosas han empeorado.

Ni las más optimistas previsiones hacían pensar a los promotores de la manifestación del 15 de mayo de 2011 el éxito que esta iba a tener. Decenas de miles de personas ocuparon las calles de Madrid y otras capitales para reclamar “democracia real ya” y un necesario cambio de rumbo. 24 horas después, un pequeño grupo de personas, menos de 100, decidían iniciar una acampada en la Puerta de Sol con la que mantener la llama que sólo un día antes, el éxito de la manifestación parecía haber encendido y consideraban necesario que no se apagara. Pero la Policía, cumpliendo órdenes, decidió abortar la iniciativa. 

Si quien dio aquella noche la orden de desalojo hubiese intuido lo que sucedería durante las semanas sucesivas, nunca la hubiese cursado. Las redes sociales, esa arma incontrolada –aún– por los poderes públicos, capaz de hacer que una pequeña noticia dé la vuelta al mundo en pocos minutos, mostraron tal indignación que la hazaña abortada se multiplicó por mil en cuestión de horas. La noche siguiente, de la audaz iniciativa de pasar la noche a la intemperie que aquel escaso centenar de personas no había logrado sólo unas horas antes, devino otra, incontrolable y, sin embargo, sorprendentemente organizada, que los libros de Historia recordarán siempre como el movimiento 15-M, protagonizado por los indignados. El centro neurálgico de la capital de España se convirtió, durante casi tres meses, en unaminiciudad autoabastecida, sostenible y de funcionamiento extrema y exageradamente democrático.

Quien firma este texto compartió con los indignados los primeros días de la acampada que puso en jaque al sistema durante semanas. No hay mayor justicia que reconocer lo que es cierto, y lo que sucedió durante los primeros días en la Puerta del Sol, rebautizada Plaza de la SOL-ución, sólo podía definirse como el regalo de una impresionante lección de civismo. Los motivos, los lemas, el desarrollo pacífico y ejemplar de aquellos días, difícilmente podrán ser olvidados por quienes estuvimos allí. Tampoco la corriente de simpatía generalizada que aquel comportamiento despertó en una ciudadanía que comenzaba a sentir los efectos de esta crisis que ya se siente en cada hogar, y que, igual que la primavera árabe y las concentraciones en la ateniense plaza de Syntagma impregnaron el sentimiento de indignación generalizada en España, contagió al resto de Europa y del mundo, donde se sucedieron, también, acampadas de protesta que pretendían abrir los ojos de una case política a la que se le demandaba “bajar a la Tierra” y compartir el malestar de la ciudadanía.

Se estaba produciendo, además, o al menos lo parecía, una aparente repolitizaciónde la población, que, sorpresivamente, comenzaba a organizarse en asambleas para debatir y proponer alternativas al statu quo del momento, claramente insatisfactorio. 

Sin embargo, toda esa movilización que llamaba a mejorar la democracia -que de eso se trataba, y no de otra cosa- no se tradujo en la única movilización que podía favorecer un cambio, el cambio. Las elecciones autonómicas y locales, celebradas el 22 de mayo, en pleno apogeo del movimiento de los indignados, y las generales de noviembre, después, se caracterizaron por un fuerte abstencionismo que favoreció un demoledor triunfo de la derecha política y económica, y tiñó de azul el mapa del poder en nuestro país. El PSOE, como todos los partidos europeos en el poder cuando comenzó la crisis, pagó la factura del descrédito que la misma había procurado a la clase política, y ni los socialistas, ni Izquierda Unida (realmente) ni los partidos minoritarios, se vieron favorecidos por el voto de la que se suponía una ciudadanía dispuesta a cambiar el estado de las cosas. La ´revolución de los indignados´, que habían hecho de “le llaman democracia y no lo es” el principal lema de su movilización, no generó el uso de la mejor herramienta que el sistema democrático ofrece para decidir el camino que debe seguir un país, y los electores, creyendo castigar a los políticos por sus muchos errores y faltas, no lograron evitar que todo el poder territorial cayera en manos de la dinastía política desde cuya ideología y forma de entender la economía se fraguó la crisis que había dado pie al 15-M. 

Lo sucedido después forma parte de nuestro oscuro presente. La derecha dominante no ha perdido ni un solo minuto para aplicar –en nombre de la crisis y de las múltiples mayorías absolutas obtenidas– su programa ideológico, y ya ha comenzado a desmantelar el todavía débil Estado del Bienestar español, en el que nunca ha creído y que considera que sus votantes no tienen por qué pagar sin obtener rédito a cambio. Y por rédito sólo entienden beneficios de explotación. En ningún caso, cobertura de prestaciones que, en su egoísta forma de entender lo organización de la sociedad, cada ciudadano podrá tener si puede costeárselas, renunciando a ellas en caso contrario, pero financiando con sus impuestos el sistema que garantice el pleno rendimiento del modelo social impuesto y, en todo caso, unos mínimos que eviten que el Estado deje morir de hambre a los españoles (y sólo a los españoles).

Desde hoy, los indignados vuelven a las plazas “por cuatro días”, para conmemorar el aniversario de lo que llegó a parecer una luz esperanzadora. Lo hacen en un entorno mucho más hostil, con una ciudadanía mucho más amenazada por el mismo sistema que quisieron combatir hace un año, y en una democracia mucho más devaluada por un poder que funciona a base de decretazos y huye del diálogo y la negociación. 

A uno no le queda muy claro qué se quiere celebrar, pero le gustaría pensar que la revitalización de aquella fuerza motriz de mayo de 2011 pueda, esta vez sí, empezar a abrir los ojos de un pueblo anestesiado y temeroso que está viendo, impotente, cómo pierde los muchos avances, aunque insuficientes, que el imperfecto sistema democrático español ha venido logrando en los últimos 30 años. Y de paso, de una izquierda que está necesariamente llamada a que el cambio que reclaman los indignados, la mayoría ciudadana en general, pueda materializarse alguna vez.