Publicado en Liverdades y El Socialista Digital.
Pablo Iglesias anda en frenética campaña de acoso y derribo contra el PSOE por desbloquear la gobernabilidad de España y evitar las terceras elecciones. Las del -por fin- sorpasso. Es notoria la inquina contra los socialistas por haber procurado la puesta en marcha de esta XII Legislatura. La que, si Pablo Iglesias consiente, pondrá al Parlamento sobre el Ejecutivo.
Pablo Iglesias anda en frenética campaña de acoso y derribo contra el PSOE por desbloquear la gobernabilidad de España y evitar las terceras elecciones. Las del -por fin- sorpasso. Es notoria la inquina contra los socialistas por haber procurado la puesta en marcha de esta XII Legislatura. La que, si Pablo Iglesias consiente, pondrá al Parlamento sobre el Ejecutivo.
Que el sorpasso
tenga que esperar se le atraganta a Pablo Iglesias. ¡Que son 22 años
de espera! No poder -tampoco en esta
Legislatura, y van dos- liderar la Oposición en el Congreso de los Diputados escuece.
En sendos artículos debidamente planificados para el mismo día en Público
por el líder podemita y eldiario.es
por Alberto Garzón, que ya no lidera nada, cargan con dureza y desprecio contra
el partido socialista. Iglesias, con verbo de chabacanería política. Garzón,
elegante, culto. Los dos advierten a la opinión pública del tripartito de las oligarquías,
transcendiendo de políticos a oráculos que ya adelantan cómo serán los próximos
años –o meses-. Reivindicándose oposición única y verdadera.
Años desoladores. Plausibles si Pablo
Iglesias decide hacer oposición a la oposición. Al PSOE, no con el PSOE. Opositando
a PSOE. Perdido en cábalas electorales. Acaso saborea ya los réditos de bloquear/boicotear
los necesarios acuerdos parlamentarios que impidan a la derecha de Rajoy no
cumplir el mandato de Las Cortes, olvidar sus tendencias neoliberales y autoritarias.
Para Pablo Iglesias (y Garzón, el agregado) es
anatema que la difícil decisión tomada por el PSOE sea dolorosa para sus
dirigentes -bien es sabido que lo es para su militancia-. Que se enmarque en un
ejercicio de responsabilidad democrática en un país estancado en la aritmética
electoral, las exigencias partidistas y la vanidad política. Cómo va a ser eso.
Pablo Iglesias se pide agitación y denosta ya, apenas
comenzada, la cosa legisladora. Si no fuera así Rajoy no sería investido esta
misma semana. En La Moncloa habría un Presidente socialista y Podemos sería garante,
desde el Hemiciclo, de que Pedro Sánchez practicara políticas de progreso.
El acuerdo-trampa que Albert Rivera le colocó al
ingenuo y sibilino Sánchez dinamitó la negociación con Podemos, Izquierda Unida y
las confluencias. Cierto es. Pero en marzo pasado suponía la única y real oportunidad
de sacar a Mariano Rajoy de La Moncloa y airear los ministerios. Pablo Iglesias
inventó el muy sanchista “No es NO” con
provisión electoralista. Las urnas penalizarían al PSOE y premiarían a Podemos impedir un gobierno presidido por un socialista. Erró. Ambas fuerzas perdieron,
el único premio fue para el dontancredismo de Mariano Rajoy.
Iglesias se siente tentado de poner la vertiginosa
institucionalización de Podemos al servicio de la más torpe práctica opositora.
De comprar el libro de estilo popular: decir no –sistemáticamente-
a todo lo que proponga el adversario político. No es la cultura del PSOE ni de
otros partidos que han hecho algún alarde de sensatez durante cuatro décadas; el
Partido Nacionalista Vasco, por ejemplo. En marzo, Pablo Iglesias temió conformar
una oposición constructiva y valiente que arrancara acuerdos de gobernabilidad.
Le asustó que su cuerpo electoral –esencialmente, antiguos votantes socialistas-
no distinguiera sus méritos y deméritos. Qué sabrán ellos.
El no es
no en podemita bebe de la misma fuente
de la “pureza ideológica”, la “coherencia” y la “dignidad” en la que se
hidrataba Pedro Sánchez antes de mirarse al espejo. Pablo Iglesias la
espolvoreó con cal viva y convocó a los españoles a las urnas. Prefirió votar
con el Partido Popular para no echar al Partido
Popular. Porque no quería un gobierno “de derechas” dejó a la derechona en La Moncloa.
Nada obligaba a Pablo Iglesias votar el pacto
PSOE-Ciudadanos. Pudo abstenerse con IU y los partidos catalanistas (88). PSOE,
Ciudadanos, PNV y Coalición Canaria (137) hubiesen investido a Pedro Sánchez
frente al PP (123). Pero Iglesias, como le ocurre a muchos dirigentes y
militantes socialistas, no discernió abstención
y apoyo. Ante oposición determinante apostó
por el sorpasso. Y perdió.
Lo que Pablo Iglesias no hizo en Marzo fue echar
al Partido Popular de La Moncloa. Ahora, de perfil, elude ser responsable del
26J como maldice que no haya 18D por culpa de los socialistas. Parece que no le consta que Rajoy es más fuerte que seis meses atrás.
La ciudadanía debe temer -teme- esa política. Iglesias
reclama radicalización y tono bronco como hecho diferencial frente al establishment. Sueña una Legislatura de zancadillas
al PSOE y boicot a la Oposición. Escenificar quién “oposita más grande” es
tentador, pero pernicioso para los ciudadanos. Si algo han enseñado
las urnas estos cuarenta años de democracia, es que no premian y castigan a los
partidos per se. Aprueban y suspenden, suspenden y aprueban, sus acciones y
sus consecuencias. Inaugurar la temporada alta del no es no
le costó a Podemos un millón de votos,
incluso fagocitando a la moribunda Izquierda Unida. Pensar en votos y no en quien
los deposita en la urna puede incrementar la factura. Comienza la XII Legislatura.
Errejón
medita.