Editorial publicado en El Obrero.
El escrache sufrido por Pablo Iglesias, Irene Montero y otros miembros
de Podemos mientras disfrutaban de su tiempo libre en un restaurante madrileño
no ha gustado a los dirigentes de la formación morada.
Aunque Iglesias y los suyos han
tratado de desviar su malestar a que desde el Partido Popular de Madrid se haya
dado difusión el vídeo que recoge la bronca que un grupo de ciudadanos
venezolanos infligió a los líderes de Podemos por su tibia actitud ante los
sucesos que están teniendo lugar en su país, cabe recordar que el propio Pablo
Iglesias fue quien definió en su momento los escraches como el “jarabe democrático
de los de abajo”. Y que las acciones de protesta ciudadana solo tienen cobran valor
si estas son conocidas por la opinión pública. Defender, pues, el escrache como
legítima expresión de malestar de la ciudadanía y luego condenar que sea difundido,
es una incoherencia.
Desde El Obrero defendemos la legítima protesta y reproche a los representantes
políticos, pero condenamos la intromisión en la vida privada de los mismos, y que
se violente la intimidad de sus familias y amigos, que no merecen ser objeto de
situaciones como la vivida por Iglesias y sus acompañantes. Como tampoco lo
merecieron dirigentes socialistas como Bibiana Aído o Leire Pajín, o populares,
como la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría.
Dice el saber popular que quien
siembra vientos recoge tempestades. El escrache que tanto ha molestado a los
dirigentes de Podemos, y que hipócritamente ha difundido a todo bombo el
Partido Popular, debería ayudar a unos y otros a reflexionar si no es momento ya
de intentar entre todos sosegar el debate político, rebajar el nivel de
enfrentamiento y recuperar el valor de
la actividad parlamentaria como forma de mejorar la vida de la gente.