Pedro
Sánchez consiguió ganarse a la militancia de base socialista cuando lanzó un
órdago a los denominados barones y anunció una consulta por el sistema "un
militante un voto" para aprobar o rechazar los posibles pactos de gobierno.
A nadie se le escapaba que el desafío de
Sánchez buscaba una vía que le permitiera alcanzar un pacto a la izquierda con
Podemos y Unidad Popular que re requeriría, además, los votos de alguna fuerza
nacionalista como el PNV, o incluso de la independentista Esquerra Republicana.
Algo que Sánchez sabía que sus líderes regionales no veían con buenos ojos,
pero que no se atreverían a discutir si dicho pacto contaba con el apoyo
expreso de las bases socialistas expresado en las urnas. Como diría el Presidente Zapatero, “ante la duda, democracia”.
Sin embargo, el secretario general del PSOE
se descolgó ayer con un acuerdo con la derecha de Ciudadanos y Albert Rivera, firmado a bombo y platillo y presentado bajo el
icónico “El abrazo” de Juan Genovés. Un guiño forzado a la Transición, tan recurrente
en las últimas semanas.
De
entrada el acuerdo con Albert Rivera supone una renuncia explícita a conformar
una mayoría de izquierda progresista. También un acto de deslealtad con
el resto de partidos con los que estaba manteniendo una negociación que,
consecuentemente, quedó inmediatamente suspendida. ¿Acaso pretendía Pedro
Sánchez entrar en la sala de reuniones y pedir a Podemos, Compromís y Unidad Popular que
rubricaran lo que había pactado a sus espaldas?
Además, el acuerdo, recogido en 66 páginas que reproducen más
el formato de un programa electoral que de un plan de acción para el Gobierno
de España, renuncia a algunas medidas que las bases socialistas esperaban, como
la derogación real de la reforma laboral del PP y la recuperación de las
indemnizaciones por despido, plantea dudas sobre cómo quedarán la Ley Mordaza o
la LOMCE, cede a algunas pretensiones poco progresistas de Ciudadanos y propone
unos cambios en la Constitución que ambos firmantes saben imposibles de
realizar. Propone además una larga retahíla de mesas de estudio sobre tantos
temas, que es lo mismo que no comprometerse a nada sobre cada uno de ellos. Es, en
resumen, poco claro en demasiados temas esenciales para la ciudadanía.
Y es,
también un pacto temerario abocado al fracaso. No vale la argucia pueril de
apelar al miedo al PP para exigir a los demás que apoyen un documento del que
han sido deliberadamente excluidos. Es tan burdo como seguir cayendo en la
trampa de la derecha cada vez que saca el “comodín” de ETA para reconducir a su
antojo cualquier debate. Acusar a Podemos o a Unidad Popular de complicidad o
connivencia con el Partido Popular si no apoyan la investidura de Pedro Sánchez
es infantil, y solo denota debilidad e, incluso, inseguridad en el documento suscrito con la formación naranja.
Para
ese viaje no eran necesarias las alforjas de la desafiante consulta a
las bases con las que Pedro Sánchez plantó cara a la vieja guardia socialista
en su Comité Federal. Posiblemente, el
propio líder ya esté arrepentido de haber convocado a la militancia a
las urnas.
No
sería la primera vez que las bases socialistas contradicen a sus mayores. En la
memoria de todos permanece la victoria de Josep Borrell en unas primarias
diseñadas y bendecidas para situar a Joaquín Almunia al frente del cartel
electoral del PSOE. Los militantes optaron entonces por un giro a la izquierda.
A nadie le extrañe que vuelva a ocurrir algo similar este fin de semana. Las bases saben que el pacto con Rivera no
puede acabar en la constitución de un Gobierno, y también que en unas nuevas
elecciones, gran parte de los votantes de izquierda del partido socialistas no
perdonarían la fallida estrategia de Pedro Sánchez, poniendo el “sorpasso” a pie
de urna. Se avecina un fin de semana muy interesante.