martes, 23 de febrero de 2016

La farsa de los pactos (II). Reforma Constitucional imposible

En estado eufórico estadista se presentaba este martes Pedro Sánchez ante los medios para confirmar que había llegado a un "principio de acuerdo" con Albert Rivera. Como niño con zapatos nuevos; más niño que bien calzado.

Sánchez ha aceptado reformar la Constitución según lo exigido por el presidente de la formación naranja. Es más, se ha comprometido a hacerlo. La pregunta es ¿cómo piensa hacerlo?

Veamos antes de comentarlo los cambios propuestos por Rivera. En primer lugar suprimir las diputaciones provinciales que serán sustituidas por “consejos de alcaldes”.  Algo tan impreciso que no aclara qué tipo de estructura supondrán dichos consejos, qué atribuciones tendrían y de qué forma van a garantizar las prestaciones y servicios que las corporaciones provinciales garantizan hoy por hoy a los pequeños municipios. Tampoco qué ocurrirá con los más de 65.000 trabajadores (funcionarios o laborales) que dependen de las diputaciones.

Por otra parte, limitar el mandato del presidente del Gobierno a ocho años, o dos legislaturas.

También reducir a la mitad -de 20 a 10- los miembros del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), el órgano de gobierno de los jueces, sin aclarar, al menos de momento, si dicha reducción afectará a la forma en que son elegidos actualmente o si dicha modificación garantizará la separación de poderes que tantos sentimos en demasiadas ocasiones como irreal.
La modificación de la CE incluiría también la supresión de los aforamientos de senadores y diputados en el Parlamento nacional y en los autonómicos. Nada que objetar. Es muy necesario y razonable.
Por último,  se pretende reducir de 500.000 a 250.000 las firmas exigidas para presentar una iniciativa legislativa popular (ILP) en el Congreso. Nada se dice de cómo evitar que la Mesa del Congreso solo esté obligada a “acusar recibo” de las firmas, pero no a tramitar y llevar a pleno las iniciativas.
Hasta aquí, todo bien. Se estará más o menos conforme, pero son propuestas. Con mucho titular y poco cuerpo, pero propuestas al fin y al cabo.
El problema del acuerdo es que se basa en un compromiso imposible de cumplir. Si Pedro Sánchez hubiese planteado que el pacto supone llevar al Pleno de Las Cortes estas propuestas, pase. Afirmar categóricamente que las va llevar a efecto es, sencillamente un ejercicio de inocencia, hipocresía o, en el peor de los casos, de ignorancia.
Las modificaciones prometidas están reguladas por el artículo 167 de la propia Constitución, que, literalmente, reza:
Los proyectos de reforma constitucional deberán ser aprobados por una mayoría de TRES QUINTOS de cada una de las Cámaras. Si no hubiera acuerdo entre ambas, se intentará obtenerlo mediante la creación de una Comisión de composición paritaria de Diputados y Senadores, que presentará un texto que será votado por el Congreso y el Senado.
De no lograrse la aprobación mediante el procedimiento del apartado anterior, y siempre que el texto hubiere obtenido el voto favorable de la MAYORÍA ABSOLUTA DEL SENADO, el Congreso, por mayoría de DOS TERCIOS, podrá aprobar la reforma.
Aprobada la reforma por las Cortes Generales, será sometida a referéndum para su ratificación cuando así lo soliciten, dentro de los quince días siguientes a su aprobación, una décima parte de los miembros de cualquiera de las Cámaras.

A ello habría que sumar que, una vez cumplidos estos requisitos, y por petición de la décima parte de los parlamentarios, las modificaciones acordadas deberían someterse a referéndum.
Basta con mirar al Senado, cámara en la que el Partido Popular disfruta de una cómoda mayoría absoluta, para concluir que el pacto suscrito entre Sánchez y Rivera carece de valor alguno si no cuenta con el apoyo del partido mayoritario en las cortes legislativas.
O dicho de otra forma, Pedro Sánchez y Albert Rivera se proponen suscribir un pacto que ya saben (¿lo saben, no?) que no pueden cumplir. Que cada uno saque sus conclusiones, pero si de algo están hartos los ciudadano es de que los políticos les tomen el pelo. Y lo de hoy suena, de entrada, a tomadura de pelo.

En sucesivas entradas veremos el resto de propuestas para el pacto.