domingo, 14 de mayo de 2017

Todos miran a Patxi


La habilidosa y exitosa campaña de Pedro Sánchez -un hecho innegable-, para cuestionar ante la militancia socialista la legitimidad electoral del Gobierno del PP y no atribuirla a sus dos humillantes derrotas en las urnas, está basada en un falso golpe de estado en el PSOE y en su falso “derrocamiento” durante la supuesta  defenestración del 1 de octubre. El delirante relato de Sánchez sigue situando, con más intensidad, si cabe, a Susana Díaz al frente del mercadeo de la abstención socialista con el Íbex35 y los pérfidos poderes fácticos, en una conspiración propia del mejor Dan Brown (si existiere) para que el PSOE renuncie in sæcula sæculorum a ser primera fuerza política de este país. Susana Díaz y la baronía histórica del PSOE habrían vendido el alma socialista a cambio de __________________ (rellénese según el grado conspiranoico del lector, ya que permanece inédita alguna argumentación trasladable al mundo real tras las gruesas invectivas del ‘pedrita enfurecido’ que puebla el sanchismo).

Patxi López midió mal los tiempos cuando decidió ser el primero en presentar su candidatura a la Secretaria General, sin haber pactado preventivamente para Pedro Sánchez un digno panteón en el mausoleo de la historia socialista, acorde a su infinita ambición por poner su inconmensurable ego en la cartelería electoral del PSOE, y convertir una y otra vez los bulevares urbanos en una réplica del espejo de la madrastra de Blancanieves en el que poder mirarse a cada paso de su excelsa cotidianidad. Si Pedro hubiese mostrado el mismo ahínco para llevar a los socialistas a La Moncloa ganando las elecciones, hoy estaríamos a punto de ratificar al unísono al Presidente Sánchez como líder socialista en el 39 Congreso.

Pero Patxi, como todos los que le fueron leales permaneciendo en la Comisión Ejecutiva tras la dimisión de “los 17 golpistas subalternos del PP”, conoce bien a Pedro Sánchez y sabe que por nada del mundo cedería el número uno. Con la misma certeza que todos ellos saben que con Pedro Sánchez el PSOE no volvería a gobernar durante una larga temporada. Tal vez ya nunca, si miramos cómo les va al socialismo francés y británico con sus émulos Hamon y Corbyn, o al fenecido PASOK griego. 
"Si Pedro hubiese mostrado el mismo ahínco para llevar a los socialistas a La Moncloa ganando las elecciones, hoy estaríamos a punto de ratificar al unísono al Presidente Sánchez como líder socialista en el 39 Congreso."
Es por ello que con su victoria en las primarias polucionan Rajoy y todo el Partido Popular. Las impostadas muestras de aprecio y admiración a Susana Díaz por parte de la derecha y sus satélites mediáticos, responden al hecho cierto de que en una buena parte del fracturado PSOE heredado de Sánchez, toda alabanza que no venga de voces autorizas de la verdadera izquierda es tomada casi como una afrenta. Es la pobre argumentación de quienes, por ejemplo, cuestionan la propia condición de socialista de Tomás Gómez porque firma sus reflexiones en un medio, La Razón, perteneciente al Grupo Planeta (como también lo es, por ejemplo, La Sexta). Que la derecha quiere visibilizar que Susana Díaz es su candidata, es cierto. Sí. Que lo hace porque quiere que gane Sánchez y seguir gobernando, es de primero de Podemos (le he cogido gustillo a esta expresión, admito).

Lo más significativo del paso dado por Patxi López fue el inmediato y dramático -para Sánchez- tránsito de activos desde las filas del sanchismo a las del diputado vasco. Casi el 100 % de las personas que han trabajado directamente o colaborado de forma cercana con Pedro Sánchez, tardaron apenas unas horas en hacer pública su adhesión al proyecto de Patxi. Todos eran conscientes de que Pedro no se iba a retirar, como lo son que Sánchez es un cartel electoral doblemente testado como fracasado para el PSOE. Un partido fracturado, como el que Sánchez obró solo unos meses después de haber ganado las primarias del 2014, no es un Partido. Y no se ganan elecciones sin Partido.

Que nadie se engañe. La fractura en el PSOE era patente mucho antes del fatídico Comité Federal del 1 de Octubre. Venía larvándose por los usos caudillistas de Pedro Sánchez, que impedía debatir a los órganos de dirección -Comité Federal- y a la organización en los territorios las decisiones -tanta de ellas erróneas y fatales- que como líder socialista iba tomando y anunciando con pomposa solemnidad. Ya fuera autoproclamarse candidato a la Presidencia por su cuenta y riesgo y sin contar con nadie, destituir secretarios generales, cesando candidatos elegidos en primarias -tan legítimas como la que le invistieron a él-, sembrando gestoras por todo el territorio federal o cambiando a su antojo con zaidas, frutos y lozanos las listas electorales que sus hoy veneradas bases habían propuesto y aprobado. La fractura del PSOE comenzó el mismo día en que Pedro Sánchez se sentó en su ansiado despacho de Ferraz 70, convencido de que su poder emanaba del pueblo, y que, como César, no estaba obligado a rendir cuentas. Algo que, por cierto, a día de hoy, sigue sin hacer.

La gente que trabajaba con Pedro, los traidores fariseos que abandonaron al mártir tras su caída en desgracia, también sabía que era cardinal y necesario articular una candidatura que canalizara el descontento y el desconcierto que la abstención socialista en la investidura de Rajoy inoculó  -ciertamente, y por la pésima gestión de los resultados electorales por parte del propio Pedro Sánchez- en las bases del PSOE. Creyeron que dando un paso al frente antes que el indómito Sánchez, este se pensaría mejor dar el suyo. Erraron. Pero optaron, en mi opinión, pensando que quien gane las primarias del próximo domingo debe poder representar la legítima opinión de quienes no compartieron la abstención, y al tiempo tener la capacidad de unir al PSOE en un partido fuerte y unido que vuelva a ser una maquinaria electoral imparable que devuelva a la socialdemocracia las riendas del Gobierno. Es lo que necesita este país. El candidato que no cuente con esas capacidades, no es el líder que el PSOE necesita. Y Pedro Sánchez solo tardó unas semanas en romper el PSOE.

Es lo que creo que ha tratado de explicar durante estas semanas Patxi López. Con evidente escaso éxito frente al astuto Sánchez, que supo rentabilizar de forma casi inmediata su evidente soledad, convirtiéndola, a fuer de llanto y tweet, en la candidatura de las bases. Una impostada rebeldía de tintes cuasi religiosos sustentada en su triste soledad. El marketing y las redes sociales obran milagros, y Pedro vive 24 horas inmerso en ellos. El “resucitado” Pedro Sánchez que Andrés Perelló equiparó al mismísimo Jesucristo (junto a Raphael y Los Minions, mi personaje de ficción favorito), ha contado, además, con el afortunado acercamiento de algunos outsiders clásicos del PSOE, como el profesor Pérez Tapias, el diputado donostiarra Odón Elorza o Josep Borrell. Referentes políticos y morales para la militancia socialista, a los que el carácter contestatario y arrojado de los nuevos y múltiples Sánchez parece haber seducido.


Desde el minuto uno en que decidieron la reconquista de la cuarta planta de Ferraz 70, los seis pedros (Ignacio Varela en El Confidencial), han convertido su propia existencia en el eje de una estrategia que persigue convertir el PSOE en una herramienta para el culto a la personalidad de Kim Il Sánchez. Una cruzada a tierra quemada. Han tenido éxito. El fracaso de Patxi López a la hora de frenarle, lejos de apaciguar las aguas, parece haber ahondado la brecha que divide al PSOE.

Hace unos días, las filas de López ya dieron muestras de flaqueza, cuando la baronesa Armengol y la diputada María González Veracruz le pidieron que diera un paso atrás, aunque también le advirtieron de que, en ningún modo, puede llevar consigo una integración con Sánchez. Saben por qué lo dicen. A diferencia de los outsiders, Francina y María hablan con conocimiento de causa. Han estado más cerca de Pedro que quienes hoy le apoyan, y conocen bien al hombre y su obra.
"Una estrategia que persigue convertir el PSOE en una herramienta para el culto a la personalidad de Kim Il Sánchez"
Patxi López ha desoído -sabio, raudo y radical- el consejo de sus colaboradoras. El vasco sabe que el 21 de mayo no termina la batalla por el poder del PSOE. Muy al contrario, es cuando realmente comienza el 39 Congreso socialista. Un paso en falso cuyo resultado sea mantener la fractura del PSOE, mermará sus posibilidades de liderar una cuota estabilizadora en el próximo Comité Federal y la propia Comisión Ejecutiva. También sabe que una victoria de Pedro Sánchez desatará una tormenta de imprevisible y temible recorrido. Una guerra abierta y previsiblemente cruenta entre el líder federal y las direcciones de las federaciones regionales. En casi su totalidad, estas rechazan al dos veces fracasado candidato y artífice de la fractura interna del PSOE. Todos los ojos miran a Patxi.


Mientras, Pedro, a fuerza de renacer cada día, sigue siendo el mismo.


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